29.2.12

Como siempre

Durante años todo había ido bien. La gente vivía cómoda refugiada en sus sofás protectores, cálidos. Cada noche caldeaban sus hogares con el brillo trémulo de la televisión; nunca les faltaba algún contenido grotesco, alguna escena humillante, los calzoncillos sucios de cualquier criatura repulsiva que les hiciera reír, que les arrancase una sonrisa plácida.

Las ciudades crecían en silenciosos latidos, engullendo el campo para llevar allí más arterias, más capilares, más vías de comunicación y urbanizaciones y zonas de ocio, vidas sentimentales sanas, entornos adecuados donde pudiéramos crecer como personas y enriquecer el plano emocional.

Cada mañana una multitud golpeaba el asfalto cuando salía del subsuelo para dirigirse a idénticas ocupaciones en idénticos lugares donde serían alienados, pero en su felicidad no les importaba porque la televisión amante les aguardaba en casa.

Todo estaba en su lugar. El fútbol en pantallas y estadios, las gallináceas dementes en sus vomitivos platós, los monstruos de hormigón en las playas antes vírgenes, teleféricos y estaciones en las montañas, series industriales sacadas como churros de sus factorías.

Los niños jugaban día y noche. Para ellos siempre había un "vale, te compro la maquinita y te callas". Y me dejas en paz ver la tele, salir, olvidarme. Si los videojuegos no bastaban daba igual, porque los aparcábamos en los polígonos donde no estorbaban, donde el ruido de su mundo no llegaba, donde quedaban al cuidado de un grupo de botellas. Cada cosa en su lugar.

Teníamos de todo. El sofá, el sagrado altar de las familias, estaba siempre repleto. El mando a distancia tenía pilas y nunca faltaba un plato de comida para nuestros estómagos ni una ración de estupidez para nuestros cerebros. Había otras cosas en el mundo, pero no nos interesaban porque eran aburridas.

El cochazo en la puerta daba cuenta de nuestro bienestar y entre el millón de pisitos de la playa uno era nuestro. Las pantallas panorámicas, enormes, planas y negras eran óleos a nuestro triunfo, nuestro particular museo de reyes. No había padre que no pudiera presumir de su nuevo televisor o su auto más grande que el del vecino, igual que no había crío que no llenase internet con sus fotos tomadas en los baños y exhibiese su borrachera, la más comatosa en lo que iba de curso.

Pero de repente algo ocurrió. No supimos bien qué era. Llegó y se fue sin sentir. Como una muerte, recorrió las casas. Los garajes llenos de coches. Los bloques de pisos en las playas antes vírgenes. Las casas llenas de pantallas y consolas. Los baños con fotografías infantiles. Las ciudades atestadas de anuncios y carteles. Los hospitales repletos de psicólogos. Todo.

Los televisores se apagaron. Su luz tremulante abrió paso al frío invierno. El coche ya no rugía, sino que su vacilante motor parecía reírse de nosotros. Se desocupaban las imperiales urbanizaciones y sus ventanas se llenaban de carteles como insultos. Todo era una burla inmensa. La ciudad era ahora gris y hueca y ya nadie sonreía al trabajar por la mañana aunque supiera que la basura seguiría allí cuando volviera, tal vez porque la pantalla no era lo bastante plana o lo bastante grande.

Entonces despertaron. Salieron a las calles. Los padres dueños de grandes coches. Los niños ya jóvenes tras el vapor de sus borracheras. Todos en masa. Y lucharon. Y gritaron. Y exigieron.

Porque les habían fallado los Gobiernos a los que jamás se molestaron en elegir. Porque les había estafado la política en la que jamás se preocuparon por participar. Porque las cosas que jamás les habían interesado - porque eran feas, y aburridas, y grises - ahora no les gustaban. Porque toda esa gente a la que en su momento no hicieron caso parecía que tenía razón. Porque mientras ellos estaban en su sofá, protector y cómodo, el mundo se había venido abajo.

Y ahora querían que se lo levantaran. Que lo reconstruyeran. Que alguien saliese de cualquier parte y lo arreglara todo mientras ellos volvían a sus sofás para que todo fuera como antes. Porque se lo merecían. Aunque nunca hubiesen movido un dedo. Aunque nunca se hubiesen implicado. Eran ciudadanos.

No descansarían, no pararían de luchar hasta que todo fuese como siempre, como debía ser, hasta que pudiesen volver a sus hogares y a la calidez de sus sofás y ser otra vez felices. Y ver de nuevo el espectáculo enfermizo de los platós, y las series industriales, y tomarse fotos en el baño y beber hasta reventar y hacer todas aquellas cosas y que esta vez fuese para siempre. Que nadie les robara su mundo nunca más.

8 comentarios:

  1. Yo no puedo estar de acuerdo, Javier.

    Este discurso tiene bastante de reaccionario, es más bien de derechas, han sabido colarlo, no entiendo cómo desde posiciones progresistas se ha asumido en buena medida. Es la teoría de lo irremediable. Es la eterna idea judeocristiana del parirás con dolor y ganarás el pan con el sudor de tu frente.

    Lo que está en juego es mucho, no es el anecdotario que describes y que en parte es cierto. Va más allá. Y está en juego por el capricho infame de los poderosos. Sí, suena peliculero, pero yo lo creo así.

    Los orígenes del hoy tan denostado sindicalismo defienden la teoría de que cada ser humano por el sólo hecho de nacer debe tener garantizados unos derechos mínimos, el derecho a los alimentos, a la educación, a una vida digna.

    Se nos está yendo de las manos todo esto, aquello por lo que hemos luchado, no desde un sofá ni viendo la tele, sino en la calle, en las universidades, en los puestos de trabajo, en las urnas, en los juzgados, en cada ámbito de nuestras vidas. Los que lo van a pasar mal no son los del cochazo, aunque protesten, van a ser los mismos de siempre, los más débiles, aquellos a los que se les convence de todo por su bien mientras ven minorado su salario hasta el límite de la pobreza o se les priva de autobús, de tarjeta sanitaria. De dignidad.

    Para algo debería servir la perspectiva de los años, y en este caso me indigna tantísimo comprobar que esas mismas personas, a las que les ha costado su vida entera levantar mínimamente cabeza, sean nuevamente hundidos y aplastdos cada cierto tiempo, para gloria del sistema capitalista, un agujero negro despiadado que todo lo traga.

    Sé que no te molestará mi comentario, no pretendo entrar en polémica, me basta con saber (y lo sé bien) que desde posiciones distintas o con métodos diferentes, anhelamos ambos una sociedad justa y digna.

    Un abrazo.

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    1. Creo al contrario Jesu, que no hay discurso más conservador que el de los indignados, ni mayor reacción que la suya.

      La inspiración para este cuento fue un poco rayante. Cuando tenía 14 años estaba muy implicado en política. Mis amigos, quitando cuatro con los que teníamos una página web "contestataria", siempre decían "ya estás con tus teorías", me vacilaban (de buen rollo, sí, pero no dejaban de decirme que en el fondo era un friki). A ellos la política les aburría.

      Cuando tenía 12 años el tema del momento era Gran Hermano, poco después Operación Triunfo. Cuando fui a la manifestación contra la Guerra de Irak (tendría unos 15) había menos de 50 personas (es una ciudad pequeña) y ninguna bajaba de 40 años.

      Al final me tocó tragarme mis ideas, salvo en internet, que era el único lugar donde encontraba alguien a quien le interesase y le preocupase lo que ocurría.

      Te ibas al botellón y te ponías hasta el culo. Yo me quejaba de las discotecas, que siempre me han parecido (porque lo son) una herramienta de alienación, y al final siempre discutía con mis amigos por friki.

      En un pueblo pequeño que era una joya patrimonial y he visto derribar más de diez viviendas decimonónicas para construir bloques de pisos, y cuando lo comentaba con mis amigos "ya está Javi con sus teorías", a nadie le importaba...

      Yo trabajaba 10 horas, de las cuales en nómina sólo 8, las otras dos en negro. Ni hablaras de rectificar eso, me decían textualmente que era un "leyes".

      Por no hablar de otras cuestiones sociales, como el bullyng que ocurría a diario en nuestro instituto, donde si eras feo, tímido o gordo las ibas a pasar putas. Ahora a muchos de esos que en los recreos le pegaban sus buenas palizas al "tonto de la clase" me los cruzo por FB publicando noticias de DRY y el 15M.

      Todos nacemos libres e iguales con unos derechos inalienables. Pero no hay que equivocarse, nadie está hablando de eso.

      A la gente no le importaba un pimiento eso antes, no les importó que se destruyeran las playas, ni la corrupción galopante de Aznar y las Autonomías del PP, ni la matanza de las pateras en las playas ni todo lo demás.

      Ahora tampoco les interesa, simplemente unos han comprobado que ahora no pueden pagar el Audi TT como antes y otros se han encontrado con que un cartel de DRY en Twitter les hace más populares en la facultad.

      No quieren profundizar derechos, quieren recuperar un sistema deficiente e injusto. No quieren crear algo bueno, quieren retornar a lo de antes. Hablan constantemente contra la UE dando por hecho que antes de la UE había algo mejor, cuando no es así. Y además se permiten insultar a los que se implican (los militantes) diciendo que son todos unos ladrones aunque muchos sean gente digna que se deja los cuernos por España.

      Esto nos está llevando a la locura, y ese discurso reaccionario del no a todo, del ver conspiraciones constantes, está produciendo cosas peligrosas: por ejemplo la negación de nuestra democracia, cuando mis padres se tiraron treinta años sin poder votar. O como la recuperación del nacionalismo en Europa, apoyando a neofascistas como Farage y casi pidiendo a gritos la enemistad entre países, la recuperación de las fronteras y la destrucción de todo lo que hemos logrado.

      No, el problema es que estos movimientos sociales sí son una revolución, pero una revolución de la derecha, una vez más, aunque nos demos cuenta demasiado tarde.

      Y ante todo debo disculparme porque creo que te he dejado una parrafada soporífera. Por supuesto que no me molesta tu comentario, al contrario, las opiniones contrarias crean conversaciones divertidas y más cuando estamos de acuerdo en lo importante que es que queremos justicia.

      Un abrazo

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  2. El comienzo me ha recordado totalmente a la sociedad de "Fahrenheit 451"... Y, en parte, tienes razón... Pero, por otro lado, hay otros muchos que ya lucharon en otra época, corriendo delante de los grises, por ejemplo... Que quizás después se "moderaron" porque consideraron que habían conseguido todo lo que estaba en su mano conseguir, al menos, unos derechos mínimos, quizás consideraron que el resto lo tenían que hacer los que vinieran detrás... El problema es que muchos de los que vienen detrás ya consideran que está todo hecho y que todo les viene dado y no se preocupan por nada más... Hasta que les tocas eso que les venía dado...

    Afortunadamente siempre queda gente "friki" que tratan de interesarse por lo que pasa en el mundo... El problema es organizarse para tratar de conseguir algo, que no es fácil... Porque las acciones individuales están bien, pero no tienen unos resultados demasiado visibles... Besos!!

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    1. El problema es que la gente friki, que es la que participa activamente en partidos políticos o sindicatos o las que tiene ideas reformistas interesantes y necesarias, es atacada, insultada y vilipendiada constantemente.

      Los indignados, que forman un movimiento reaccionario, realmente lo que quieren es que todo sea igual al momento inmediatamente anterior a la crisis, y sólo aplaudirán a quien prometa que todo va a seguir exactamente igual... y encima para ellos eso es una "revolución".

      Simplemente vomitivo.

      ¡Besos!

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