9.6.10

En mi corazón

Un día como otro cualquiera dentro de mi corazón. Durante toda la noche los cumplidores desfilaron por el velatorio dando el pésame a los deudos; familiares, amigos y conocidos se pasaban por allí, repartían abrazos y luego se repartían ellos mismos por los corrillos donde charlaban de vaguedades, intercambiaban comentarios vacíos y pasaban buenos ratos regalando unas risas gratas pero incómodas que rompían la asfixiante atmósfera de tristeza.

Cuando el cura terminó su retahíla aburrida y completamente hueca en el templo siniestro el cortejo fúnebre se dirigió al camposanto donde, durante más de media hora, los presentes esperaron a que los albañiles terminasen el tapial de ladrillo antes de sellar la fosa con la lápida y el féretro dentro. Hacía un sol abrasador y se escuchaba el murmullo discreto de la concurrencia mientras los deudos miraban con mirada perdida y los fumadores apartados entre las cruces consumían un cigarrillo silencioso.

Uno de ellos se dio un paseo entre las tumbas de aquel imaginario cementerio y fue leyendo con templanza las leyendas dolorosas: "la Ilusión"; "la Felicidad"; "la Alegría"; "el Amor"; "la Amistad". Descanse en paz, que Dios te tenga en su Gloria, que la tierra te sea leve. Que la paz del Señor venga sobre ti.

En los últimos momentos antes de que los obreros acabasen de cerrar el mausoleo un anciano con boina que paseaba con las manos a la espalda, de vuelta de poner unas flores a sus sueños de niñez se acercó al fumador empedernido y le preguntó a quién se despedía. "Hoy ha muerto la Esperanza", contestó el tipo mientras daba las últimas caladas.

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