27.4.10

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Pasamos las horas muertas en el inmenso mar interminable. Negro, oscuro, infinito, repleto de vidas solitarias y mil millones de colores. Ahí en medio lo recorremos sin descanso por noches sin término. Solos. Completamente solos.

Buscando, buscando, navegando llegamos siempre a los peores lugares, pero estamos lejos, muy lejos y no hay peligro. Los lugares siniestros donde nos ofrecen la perversión: ¿quieres? ¿pruebas? ¿te atreves?

Al final nos sentimos orgullosos de nuestro propio morbo, mórbidos lo probamos todo. La escatología, la inmoralidad, la aberración más pura la conocemos y nos la bebemos. Nos sentimos sucios después pero lo hemos hecho. Nos sentimos corruptos, podridos, infectados, condenados, ofensivos ante el mismo Dios pero lo hemos hecho, y vivimos.

Pasamos las horas muertas, las noches enteras, sin freno. El mar cada vez es más inmenso, cada segundo, cada minuto. Sin movernos lo recorremos, nos dejamos llevar por sus olas y es negro, eterno. La muerte nos mira desde las paredes y escapamos, escapamos, y cuanto más huimos nos adentramos más y nos condenamos más. Y estamos solos, estamos vivos.

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