31.12.10

La teoría

Fue necesario y durísimo solventar todo tipo de problemas técnicos, superar amenazas, sortear obstáculos. Hubo de repararse varias veces la maltrecha nave, esquivar lluvias de meteoros, encontrar el camino dentro de complicadas nebulosas.

La tripulación prosiguió su marcha torpe pero imperturbable. La misión no podía fallar. Eran seres humanos en la ejecución del más asombroso descubrimiento científico de la historia. Como un asteroide el cohete surcaba los cielos de incontables planetas, y los habitantes de cada mundo se preguntaban de dónde vendría esa estrella y a dónde iría. Su rastro se perdía en el negro del Universo como una llama en el mar.

Poco después de atravesar la Puerta de Tanhäuser entraron en la zona desconocida y avanzaron siguiendo los cálculos del profesor. Fue tan dura la travesía, tantos peligros hubieron de enfrentar que sólo un pobre timonel logró llegar vivo a tomar tierra en el planeta indicado. Todos habían muerto.
Atravesó atmósferas de nubes para después integrarse en medio de torbellinos estrellados, ascender montañas de proporciones cosmogónicas y, finalmente, coronar la cima. Allí estaba el perfecto palacio blanco, tal y como el profesor lo planteó. Formas arquitectónicas de una geometría desconocida e incomprensible por el hombre. Dentro, el Ser.

Tenía que hablar con él. Sabía que ya, solo y con el cohete averiado, no volvería a la Tierra. Pero podría grabar su voz misteriosa y enviar el archivo de vuelta a casa. Como un mensaje póstumo de victoria en la eternidad. Rompiendo el espacio en un insólito viaje llevando el fruto de su sacrificio al futuro, pues tardaría años en llegar.

Cuando se vio ante el Ser le pidió respuestas a todas las preguntas.

- Tienes muchas cosas que explicarme. - se limitó a decir, con tono molesto, sin mayores preámbulos.

El gigantesco Ser dio media vuelta y tras mirarlo pensativo un rato, finalmente contestó - con la voz más profunda que en el cosmos habla -:

- Estaré encantado, pero... ¿qué es la Tierra? ¿Quién eres tú?

El viajero espacial quedó algo impactado y replicó...

- ¿No lo sabes? Pero, tú...

El Ser movió la cabeza.

- Vengo de la Tierra... - continuó el astronauta -. Tú nos creaste.

- La Tierra... la Tierra... 

El timonel, vencido, estuvo tentado a abandonar la sala cuando el Ser se encogió de hombros y algo avergonzado confesó:

- Posiblemente sí que lo hice... ¡pero, sinceramente, no me acuerdo!

[17]

Realmente creía que estaban predestinados, hasta que descubrió con horror que no existe el destino.

28.12.10

Consejos absurdos: 3

3.

No le des a nada demasiada importancia. Pase lo que pase, la vida tendrá siempre la misma utilidad: ninguna.

Burbuja

Recorrer las calles bajo un sol intenso, atravesando el contraste entre las luces y las sombras. Algunas calles en la quietud absoluta y las transversales surcadas como cañones por un viento cortante. Bucear difícilmente el aire gélido, heladísimo. Frío al brillo del sol.

La puerta se abre ruidosa. Arrastra el polvo, quiebra el silencio. Está oxidada, como todo. Como todo va cayendo al tiempo y lo que un día fue nuevo hoy es puro gris. Que se desmorona del mismo modo que las ilusiones y los sueños que lo acompañaron cuando se construyó. Las escaleras cremosas, falso mármol, el eco de los pasos en un hueco vacío.

La soledad es llegar a casa y comprobar que todo está como lo dejaste. En penumbra porque nadie ha subido las persianas, nadie ha abierto las ventanas para que se muevan los visillos. La bombilla que olvidaste apagar sigue alumbrando la cocina; iluminó la escena que por la mañana no pudo ver nadie.

Una comida escueta, no tiene sentido cocinar si el sabor quedará en ti. La televisión es un simulador que reproduce lo que se recuerda como compañía humana. Tristeza, una tormenta; tú intentando soportarlo como un barco zozobra entre las olas para sobrevivir de pie a la tempestad.

Cuando todo pasa las cosas se ven de otra manera. Quizá no sea tan malo después de todo. Soledad es mirar de reojo al teléfono sabiendo que no va a haber ningún mensaje, esperando la llamada que nunca llega. ¿Pero y qué?

Mi cabeza es un cementerio: las esperanzas, las ilusiones y todo lo que un día creí y lo que planeé, y todas las personas a las que quise y hoy son sólo recuerdos enterrados y tan muertos como la madera de que está hecha la mesa en la que como. Un cementerio que al dibujar las palabras se lee como desencanto, aunque el nombre que le pongas da igual.

Mi cabeza es un cementerio, ¿y qué lugar hay más pacífico y más feliz a lo largo y ancho de este mundo? Donde no hay más vida que la de los árboles nudosos y el chillido de algún pájaro, donde no hay otro paisaje que el de tumbas erizadas y sólo rompe el silencio un ulular entre las lápidas. ¿Qué dolor puede existir donde ningún aliento respira, si no hay un corazón que lata?

Soledad, pasar el día y la noche sin interrupción, sin contacto humano, sin otro calor que el de la caldera quemando gas. Soledad... ahora puedo aprovechar, y convertir mi casa en una burbuja. Quiero que todo sea una burbuja en el tiempo; una cápsula que me transporta, como una botella en el mar, una pompa donde la sal no logra entrar.
Quiero que sea una burbuja llena de la calma quieta de abandono hasta que el tiempo me borre como el puñado de ceniza que soy y, mezclándome con el aire y con la tierra, nadie me recuerde y ni siquiera los recuerdos puedan perturbarme.

¿Quién quiere vivir por siempre?

Deberías volver

Quizá deberías volver. Porque desde que no estás, los árboles se han secado. Se les cayeron las hojas y las barrió el viento. Jugó con ellas... hasta que paró. Porque al poco de irte, se detuvo el aire. Y creía que llovería - por el gris de mi tristeza - pero se me van las nubes, se hace el desierto entre mis muros.

Deberías volver, porque las hormigas te echan de menos. Ya no bulle nada en el jardín, que se reseca y se deshace. Pensé que habría primavera, pero las abejas se marcharon y no nacieron nuevas flores. Pensé que vendría el calor - como arde mi dolor - pero ya llevo años de invierno.

Quizá deberías volver. Porque mi casa, mi vida, desde que no estás se está pudriendo.

26.12.10

[16]

El dolor da paso a la indiferencia. Del sufrimiento intenso nace la calma densa. Es así en cualquier modo, igual que tras arder el bosque aparece un serenísimo y pacífico desierto.

Consejos absurdos: 1

1.

Si una persona te hace daño con sus palabras, anótalas. Así, cuando empieces a olvidarlas, podrás recordarlas para que no se duerma el dolor y te engañen otra vez.

18.12.10

El hormiguero, la huerta

Desde que podía recordar, el hormiguero siempre había estado ahí. Una grieta minúscula en el asfalto, al pie de la escalera en un recodo bajo la alberca. Era el lugar perfecto para ellas: hormigón inamovible al viento y a la lluvia. La misma puerta exacta perduraba año tras año, sin afectarle las inclemencias del tiempo; a diferencia de otras colonias excavadas en la arena, en el camino o en el campo, que eran destruidas invariablemente por el agua, el paso de los coches o el del arado.

A los niños les gustaba pasar tardes enteras jugando con aquel hormiguero eterno. A veces mirando sin más a las hormigas, trabajando, absortas en sus ocupaciones y absortos ellos también con el movimiento de sus antenas o el prodigio incomprensible de su fuerza.
Otras veces, las más, disfrutaban torturándolas; liberando en ellas la bestia sádica que tenían dentro, como todo hombre, y como todo niño más fuerte en ellos. Las atacaban con agua, inundando el agujero, y ellas salían en marabunta transportando la comida que podían recuperar y, cuando había suerte, incluso podían verlas portando desesperadas a sus larvas, para salvarlas.

A menudo les daban comida, restos de chucherías o cualquier bicho que pudieran encontrar por ahí, en la alberca o en el entorno. Las ayudaban a atrapar saltamontes, mariposas, y no se aburrían viendo cómo los troceaban vivos para almacenarlos. Estaban muy arriba para ellos, muy lejos del dolor y del pánico de los escarabajos en soledad, solos ellos rodeados por las hormigas que les acosaban, ora atrapando una antena, ora una pata, hasta partirlos, despedazarlos. Y aún estaban vivos en diferentes pedazos cuando les engullía la oscuridad de la colonia secreta, escondida.

Así pasaron los años, los niños fueron creciendo. También los árboles del huerto, dando sombra a la alberca, rodeando el diminuto agujero. Pero entre las raíces y la puerta siempre el cemento, y el hormiguero nunca cambiaba. Nevaba, helaba, granizaba, y siempre seguía allí la misma grieta; estratégicamente situada, no se resquebrajaba, ni menguaba ni se hacía más grande.

Con los años los críos ya eran adolescentes. Pasó lo que fuera que pasase y se desvincularon de aquel lugar, se desligaron. Nunca dejó de ser un sitio importante para ellos: la alberca, el huerto, el hormiguero. Pero algo se había roto entre ellos y ya nada sería lo mismo. Un pequeño refugio al que volver pero ya no la brasa encendida en el corazón que había sido; en su infancia, la ilimitada llanura siempre dentro de ellos, los formidables atardeceres ardiendo en lo profundo de sus pechos.

Un día se enteraron de que el lugar había sido reformado, y que los obreros habían cambiado el suelo de cemento por una alfombra de losas más bonita y más cómoda. Los bordes de la alberca habían sido remozados para convertirla en piscina, y se habían añadido en el entorno rosales, setos, aromáticas.

El terreno estaba precioso: desaparecido el huerto, todo alrededor hervía de frutales florecidos y arbustos estrellados de blanco, verde, azul, violeta. Los niños, que ya eran adolescentes, vieron todo aquello un tiempo después y les gustó. También comprobaron que el viejo hormiguero había desaparecido; removido por la taladradora y sepultado después por las losas de falsa piedra pulida. Les apenó, pero no le dieron mayor importancia y ninguno lo comentó.

Fue más adelante, cuando ya eran hombres, que algunos de ellos volvieron a pensar en el tema. ¿Cómo de grande debía llegar a ser el hormiguero? Durante tantos años, abierto al mundo a través de aquella diminuta boca, la colonia tenía asegurado el refugio. Quizá ocupase toda la base de la alberca y aun más. Realmente, pensaban, el nido en sí mismo seguía existiendo; la puerta era lo que había sido destruido, pero no la colmena, que bullía en la tierra profunda, lejos de las máquinas y del tiempo. Pero esa puerta, esa diminuta grieta en su memoria era ahora sólo un recuerdo.

¿Qué forma tenía? Ahora ya sólo podían dibujarla en su pensamiento; en tantos años, nunca se les ocurrió fotografiarla. Se les aparecía como una sombra en la mente, el agujero perfectamente grabado en el recuerdo, igual que había existido excavado en el asfalto. El agujero oscuro que conducía a las entrañas mismas de la tierra. Realmente, ¿qué era? Nunca había existido aquel hormiguero, el hormiguero. Quién podía imaginar el vértigo de corredores y de túneles, cuántas veces había variado su disposición, su estructura. Cuántos millones de hormigas habían habitado aquella ciudad secreta en sus vidas fugaces, nacido y muerto y servido de alimento o de argamasa.

El hormiguero, la huerta. El recuerdo y el refugio, y los dos eran lo mismo. Uno, removido por las máquinas entre los cascotes de cemento, destruido. Otro, desdibujado por la vida, por el tiempo, por las personas que iban y venían, por los acontecimientos. Poco a poco cada uno se fue alejando cada vez más del lugar, que fue siempre un sitio al que volver, pero en la distancia lejana del pasado y la infancia. Era el terreno que perdieron: el lugar imborrable de la niñez, la perfección, la felicidad inexplicable de no tener futuro.

Pero el futuro fue viniendo y volviéndose en presente, y las ramas perdían sus hojas y cambiaban las flores como pasaban las sesiones. Y las personas fueron cayendo como se desmigaban las copas de los árboles en estaciones; e igual que brotaban nuevas hierbas en lugares diferentes nacían otras personas que sustituían a los viejos.

Una brasa que ardía y poco a poco se apagaba, y en torno a ella siempre una oscuridad cada vez más grande dentro de una persona más pequeña. Un recuerdo que palpitaba, débilmente, acompañando algunas vidas hasta el ocaso de sus días.

El atardecer dentro, iluminando la memoria. Un recuerdo insignificante... pequeño como eran las personas, grande como era para ellas. La vida giraba dejando atrás un hormiguero, y uno de esos niños que eran hombres lo recordaba y se preguntaba cuántos otros millones de pequeños tontos recuerdos serían los que formarían las vidas ajenas. Todas las vidas humanas hechas de cosas triviales como aquella colonia de hormigas, como aquellos veranos de huerta.

Recuerdos pequeños, vidas insignificantes. Cosas importantes, como el hormiguero, la huerta.

16.12.10

Lluvia

- Por qué... por qué...

Una mañana más, después del almuerzo. Dar unas vueltas, remover un poco la tierra... El almuerzo con lo mínimo de lo más pobre que les quedaba. El horizonte vibraba sin parar. La tierra rota, como una escombrera inmensa en forma de corazón. En medio los pequeños cortijos apiñados, haciendo aldea.

Y vuelven a salir, una y otra vez. Mirando al cielo azulísimo, como pensando que algo fuese a cambiar porque no paremos de revisarlo.

- ¿Por qué, por qué no cae ni una gota de lluvia? ¿Va a durar esta sequía eternamente?

15.12.10

Podemos morir

Hace poco supe de una historia absolutamente espantosa. Una mujer que conozco perdió a su marido de la forma más escalofriante. Al parecer, el hombre pasó un fin de semana encontrándose algo mal; tenía malestar general y dolor de tripa, pero nada peor que cualquier constipado.

Al llegar el lunes fue al médico, para que le recetase algún fármaco, y a los tres días murió. El doctor, en el momento de la consulta, ya había advertido con gravedad que aquella dolencia tendría el peor desenlace.

No es difícil imaginar hasta qué punto debió quedar el matrimonio tan abatido como sorprendido y aterrorizado. Vas al médico tranquilamente pensando que tienes "malestar general" y vuelves a tu casa sabiendo que vas a morir.

No recuerdo qué me contaron que era, pero sí que no era cáncer. Era un tipo de fallo orgánico; algo dejó de funcionar en su cuerpo o quizá algún cable importante se rompió.

Hoy, no sé por qué, estaba reflexionando sobre el tema. Nadie pensaría que va a morir por un poco de mal cuerpo un fin de semana cualquiera. A este lado del mundo hemos creado un nivel tan elevado de bienestar, y disfrutamos - gracias a Dios - de unos avances sanitarios tan grandes que poco a poco vamos perdiendo conciencia de la posibilidad de la muerte.

Parece que hoy día sólo se aceptan como seguras tres posibilidades: accidente, vejez o cáncer. Se diría que, si no es esto o algo igual de terrible, nada puede matarnos. Para que me entendáis, ninguno pensamos que podamos morir "porque sí". Y sí podemos.
Hay gente que muere porque sí. Porque somos débiles, somos frágiles, somos carne y huesos y estamos sujetos a millones de tipos de enfermedades, plagas e infecciones que existen en el mundo, mil cosas que nos pueden matar.

Nuestro cuerpo no es un ordenador que podamos formatear ni un coche al que le vayan a cambiar las piezas. Es sangre latiendo y es tan vulnerable y tan etéreo como un copo de nieve en medio de una tormenta.

8.12.10

Estás loca

Estás loca. Loca de remate. Realmente pienso que tienes un problema, un desequilibrio mental. Algo no funciona en tu cabeza.

Estás loca, loca de verdad. Enferma. Desde que te conocí lo sospechaba. Al principio sólo era una vaga intuición; ahora es certeza. Loca de remate.

Lo sé, y es espantoso. Da miedo. Es terrible saber que estás completamente loca y, sin embargo, no poder dejar de amarte.

6.12.10

Búsqueda

Después de haber hecho su trabajo desde el inicio de los tiempos, durante milenios cercenando la vida, parando el tiempo como siega la hoz la hierba alta. No le gustaba demasiado pensar en nada, reflexionar ni ninguna de esas otras cosas - de haber sido así, su tarea se hubiese hecho muy difícil -. Simplemente cumplía su cometido en el momento en que debía y nada más.

Pero a veces, en los momentos ociosos, la Muerte cavilaba. Y siempre se preguntaba lo mismo: ¿por qué me buscan?

De entre todas las criaturas, animales, plantas o de otro tipo, a lo largo y ancho de todo el Universo. De todos los seres que conocía tan bien - pues nada más íntimo que la oscuridad de la muerte -, precisamente los hombres le llamaban la atención. ¿Por qué vienen a mí, por qué me persiguen? ¿Por qué indagan en el mar y en la tierra intentando encontrarme y sin descansar, anhelando cruzarse conmigo aunque sólo sea un instante, lo justo para intentar mirarme a los ojos?

Todos me huyen, y ellos no. Todos me temen, y ellos también. Pero por alguna razón incomprensible, al mismo tiempo me buscan.

5.12.10

[15]

Pensaba decir algo bonito, pero en vez de eso sólo masculló: "no quiero ni pensar el dinero que me he gastado en ti esta noche".

29.11.10

Duda

Poco después de que ella le dejara para siempre, él tomó la costumbre de ir diariamente a beber cerveza al bar que había justo debajo de su bloque. Se tomaba un botellín tras otro fumando mucho y sin hablar mucho con el camarero ni con nadie. Cuando tenía el cuerpo algo caliente y la cabeza tonta, subía de nuevo. Normalmente usaba las escaleras ya que el ascensor le mareaba, y porque de todos modos, su piso estaba en la última buhardilla y el elevador no llegaba hasta allí.

Una noche, cuando hacía un mes o dos que le había dejado, volvía como siempre de beber cerveza cuando se llevó un susto mayúsculo. En el descansillo frente a su puerta, en un viejo banco de madera que había adosado a la pared, estaba sentado un niño de unos diez años.

No le gustaba meterse en la vida de la gente, pero las horas le parecían extrañas para que un crío estuviese allí solo y el chiquillo no le sonaba del vecindario. Además, en aquel último pasillo sólo estaba su apartamento, ¿a quién buscaba allí, o a quién esperaba?

Con las llaves en el bolsillo, no muy seguro, le preguntó:

- ¿Qué haces aquí?

El crío, sonriéndole, empezó a hablar con toda normalidad:

- ¿Puedo preguntarte una cosa?

Él volvió a dudar un poco.

- ¿Preguntarme...?

- Dime, ¿puede un hombre vivir sin corazón?

Él se quedó callado, sin saber responder. El niño meneó la cabeza.

- Te lo plantearé de otro modo. ¿Crees que podría un hombre vivir sin riñones, pulmones, aire u oxígeno, sin sangre, o sin ningún otro órgano o elemento indispensable para la vida humana?

Él estaba como anonadado, y convencido de que la cerveza le había afectado de un modo extraño.

- No... - contestó sin embargo - Creo que no.

El niño se limitó a asentir con un movimiento de cabeza.

Fue entonces cuando él, frotándose los ojos, se acercó un paso al crío y le dijo:

- Mira... no son horas para que un niño esté aquí solo y haciendo estas preguntas tan raras. Voy a por el móvil y ahora mismo llamamos a tus padres...

Sin demasiada dificultad abrió la puerta y empezó a andar el largo pasillo, y cuando casi había llegado al celular, que dejó en una mesita antes de marcharse, oyó la voz del niño al otro lado de la puerta, gritando:

- Y dime, pues, ¿no te han destrozado el corazón? ¿Y qué haces que sigues vivo, que no caes muerto esta misma noche?

El joven, casi asustado, salió corriendo al casinillo y vio frente a él el viejo banco de madera verde, perfectamente desierto, y absolutamente nadie en el pasillo. Se quedó allí un rato como esperando que el crío volviera, incluso recorrió toda la escalera hasta el portal buscándolo.

Luego se fue a casa y se metió en su cama, helado de frío, y pensando en lo que le había pasado. Durante mucho rato creyó que lo había imaginado, que todo había sido un sueño o producto del alcohol. Estuvo tiempo discutiendo consigo mismo si la conversación había sido real. ¿Quién era ese crío?

Luego olvidó estas reflexiones y simplemente empezó a dar vueltas a lo que le había dicho. ¿Qué hacía que no se moría, si no se podía vivir sin corazón?

Por fin decidió dormirse, y lo consiguió fácilmente. Si despertó al día siguiente, es algo que prefiero que imagines.

28.11.10

No es "cuanto menos"

No es "cuanto menos". Es "cuando menos". Es muy sencillo. Estamos utilizando un ejemplo temporal. "Cuando menos (bebí), tomé cuatro copas". El verdadero "cuanto menos" es diferente. "Cuanto menos te me acerques, mejor, capullo". Es fácil. Yo creo que se distinguen bien.

Realmente, no sé por qué lo digo. Hay muchísimos otros errores extendidos, y por alguna razón, este y no otro es el único que me molesta. Los demás me dan igual, pero esos "cuanto menos", no sé por qué, me enervan. Tal vez sea porque es una expresión que se suele usar a modo culto. Es como la gente que dice "en loor de multitudes" cuando la forma original es "en olor de multitudes". No sé, hay una especie de demonio en mi interior que dice: "si vas a hablar culto, habla culto".

Sé que no sirve de nada y seguramente a muchos de vosotros os molestará lo que acabo de decir. Pero me apetecía mencionarlo, simplemente.

[14]

Silencio. En la mañana. Vigilia. Despertar de repente. Sin un ruido. Sin un nada.

Soledad, y hasta el Twitter se calla. En la calle... silencio. Quedo... por dentro.

Late un corazón. Emite calor... no hay aliento. Corazón de máquina. Ausencia humana.

Un vistazo a la red: inmensidad. Una ciudad infinita de soledad.

¿Por qué buscas a la persona que sabes que no vas a encontrar?

Silencio... silencio. Nada más.

27.11.10

Una sola respuesta

Se acercó a ella. Le había abierto la puerta, al menos. Empezó a caminar, despacio. Tantos kilómetros... tanto tren, tanto árbol pasando y pasando como una pantalla a su lado... Tantas horas temblando de nervios, sudando de miedos... Por fin, después de todo, la tenía delante.

Y era el momento de preguntar, de saber a qué conducía aquel camino de años. Aquella serpiente enloquecida...

La mujer se sentó en el escritorio. Olor aséptico a nada en torno a ella. Madera, una ventana y una persiana de laminillas. Al otro lado trabajadores atareados, como abejas ocupadas en la colmena blanquísima, azulina. Pijamas... ese olor. Ese maldito olor a nada. A algunas personas les gusta, les embriaga... pero a mí. Sólo me presagia la muerte.

Y enfrente el médico. La bata radiante, crujiente. Emitiendo con más fuerza aún ese olor a vacío, a ausencia de vida bacteriana o microbiótica. Esas manos hartas de lidiar con la derrota de la carne, insatisfechas de arrancar la vida de la muerte. La muerte...

De rodillas. La madera quebrada, los pasos resonando. La piedra devolviéndolo todo: el sonido, el aire, el murmullo. Como una campana. La roca, que lo contesta todo. Los sueños, los anhelos, el miedo. Las manos cruzadas. Un altar enfrente y en él un Dios desconocido, ¿qué más da?

Las cosas no podrían estar peor, y así es cuando un hombre sin fe como yo se decide a abrazar lo sobrenatural. Quería pedirte... por favor...

Ahora tengo que hablarte... Después de tantos años, de tanto decirte que no. De tanto esperar, de tanto cavilar, de tanto plantearme las cosas... Sé que todo fue un error, que debí haberlo pensado mejor antes. Ahora ya no hay vuelta atrás, pero lo he dejado todo... He dejado todo por ti... quería preguntarte...

Quiero saber...

...señora, debe tener en cuenta que hay que analizar los datos en su contexto. Es aconsejable tener una perspectiva desfavorable, para prevenir lo que pueda pasar. No podemos examinar un resultado sin prestar atención a su evolución, a su historia... Cada línea es importante en este informe, no podemos pasar por alto...

Escuche, por favor... Usted sólo dígame, sin rodeos...

...Oh, Señor. Ya sé que no tengo fe. Ya sé que no vas a escucharme, a atenderme... Pero por favor, sólo una pregunta...

¿Me quieres?

¿Hay cura?

¿Hay esperanza?

Y una sola respuesta: no.

Montaña arriba

Nieve. Corriendo montaña arriba. Todo blanco, los árboles helados. El negro de la madera debajo. Sangrando... un tiro. Un tiro y mucha sangre, roja, recortada sobre el suelo. Se vería desde el cielo.

Nieve... Por fin el fin de las montañas. Las quebradas, un esfuerzo más y la frontera al otro lado. Una vez allí, sus perseguidores fracasarán... nunca podrán atraparle.

¿Vas a fallar ahora? ¿Después de tantos kilómetros, tantos peñascos, tantos bosques frondosos desnudos de hojas?

¿Vas a desfallecer, a dejarte vencer en el último momento, en el metro que queda?

No... no... Lo conseguimos, ¡lo conseguimos!

Un mal paso, un tropiezo de debilidad, un temblor en las piernas. Un revolcón entre pedruscos, rodando montaña abajo... a la llanura.

Lo conseguimos, lo conseguimos. Logró vencer a los guardias, a los soldados, los controles y las aduanas... Pudo con todo ello, pudo incluso con las montañas.

¡Pero no pudo con los lobos! No pudo con los lobos que, después de un invierno de pesadilla, por fin hemos ganado una pieza. Aunque sea una pieza humana.

Dios te oiga

En castellano existen muchas expresiones populares de invocación a Dios, que se utilizan para cosas diferentes y que las personas usan indistintamente, sean creyentes o no. La mayoría de ellas me encantan porque son muy sonoras.

Entre todas ellas hay una que hace tiempo me llama la atención: "Dios te oiga", usada cuando alguien transmite un buen deseo. Va a salir bien la operación. Dios te oiga.

Creo que es común a las tres grandes religiones abrahámicas - en todo caso, seguro al cristianismo - que Dios es omnipresente, omnipotente y omnisciente: esto es, ve, oye y sabe todo.

Desear que "Dios te oiga" es, a nivel puramente teológico, un absurdo, pues está claro que Él te va a oír perfectamente. Ni siquiera haría falta, ya que sabe todo sobre el pasado y el futuro, sobre lo que es y lo que no es, y por lo tanto conoce tu tu anhelo antes incluso de que lo pienses.

A este respecto, es evidente que resulta mucho más acorde a las creencias religiosas otra expresión: "Dios lo quiera". Pues dando por hecho que nos oye perfectamente, sólo cabe esperar que a Dios le apetezca ayudarnos.

Esta expresión de "Dios te oiga", en realidad, dice mucho sobre el pesimismo escrito con fuego en la naturaleza humana. Pues, a diferencia de los demás animales, el ser humano tiene ambiciones y deseos pero también sabe mucho sobre las posibilidades que le aguardan. Esto nos lleva a cultivar, en nuestro interior, el sentimiento irreprochable del fracaso, la idea segura de que todo saldrá mal, de que no hay solución.

De ahí el "Dios te oiga". Incluso para los más creyentes, no es del todo seguro que Dios nos esté escuchando, pues nuestro instinto nos dice que, tal y como todo parece indicar, más bien nos ignora.

26.11.10

A suertes

Después de decidir quién gobernaría el Cielo y quién el Infierno, Dios y el Diablo no se ponían de acuerdo sobre quién debía crear al hombre y quién a la mujer.

Cada cual tenía claro a qué género prefería infundir vida y controlar eternamente. Luego de mucho discutir, un ángel que estaba cerca de ellos propuso que lo decidiese la suerte con una moneda. A ambos les pareció bien y lo tomaron como juez, a lo que él dijo:

- Si sale cara, Dios creará al hombre. Si sale cruz, lo hará el Diablo.

Los dos cruzaron los dedos, nerviosos, pues tenían sus propios intereses. No apartaron la mirada de su árbitro mientras éste lanzaba la moneda y la sujetaba después entre las manos. Las abrió finalmente para enseñarles a ambos el resultado y lo que la suerte había decidido.

Rezongón, el Diablo sacudió los brazos y le dijo a Dios, mirando al suelo:

- ¡Tú ganas!
Ansío que llegue la muerte... y sin embargo la temo.

Dragon Heart

25.11.10

Algo se pudre en mi cocina

Algo se está pudriendo en mi cocina. Al principio sólo vi un mosquito. Uno solo. Al día siguiente, cuando volví de trabajar, había cientos. Flotando, como una niebla, en el aire de la cocina. Intentaban hacerse con la comida, volando torpemente. Típicos mosquitos de la fruta. Aun así, logré hacerme un bocadillo sin que me molestasen demasiado.

Por la noche ya era una verdadera nube, una tormenta dentro del pequeño cuarto. La luz parpadeante les iluminaba, negros. Intenté encontrar el foco de la infección. Pero nada parecía estar pasado en el frutero. Tampoco las galletas ni los cereales. Luego abrí el cajón donde guardo los condimentos... ¡qué desagradable sorpresa! El tarro del azúcar estaba repleto de escarabajos; el de la sal, cuajado de cucarachas. A punto de reventar estaban los botes del arroz y las lentejas, llenos de lombrices siseantes.

Al abrir el fregadero, a cuyos pies guardo las lejías y los insecticidas, me sorprendió un batallón de miriápodos escurriéndose entre mis pies. Parecía una gran alfombra.

Así pasaron los días. Pronto perdí las especias, tomadas por una flota de polillas. Albahaca, muérdago y orégano habían desaparecido, devorados por las cochinillas, las arañas y los caracoles. Los techos estaban llenos de otros artrópodos de todos los colores y formas, aunque la masa era negra sin duda. Se escuchaba constantemente el cri-cri-cri: saltamontes, chicharras y grillos. Y el susurro incesante de los millones de insectos que cuchicheaban, que charloteaban, como si cotilleasen, como si hablasen de mí.

Poco a poco, la plaga fue haciéndose con la casa. Cerré la cocina, fumigué el patio - cuyas plantas se habían secado -. Corté el paso a los baños, el salón, el despacho. Ya toda la casa era insecto. Cada pared era patas y alas, concha, abdomen y tórax. Una alfombra palpitante que se movía y respiraba, que iba de aquí para allá, tomando muebles, sillones.

Las cucarachas habían hecho un nido en el ordenador, donde la madre vertía huevos sin parar. Las hormigas excavaban su colonia en el sofá. Las termitas se daban un festín con mis libros.

Algo se está pudriendo en la cocina, y después de lidiar con la invasión todavía no he descubierto qué. Tengo que darme prisa, porque me parece que no tengo mucho tiempo. Noto el pulso de la masa en el pasillo, su latido frente a mi puerta. Hay un murmullo sibilante, creo que los ciempiés y las escolopendras ya están empezando a colarse. Las mariposillas y los mosquitos zumban en el aire.

Tengo que darme prisa, saber qué se está pudriendo en la cocina. La puerta empieza a latir, a traquetear. ¿Qué será?

Esta noche, cuando me duerma, habrán llegado a mi cama.

Ventana

Una ventana en la oscuridad. Calor, es artificial. Una voz suena en la soledad. Voz hablando sin hablar.

Te vas. Me dejas... tu luz etérea y circunscrita a la ventana; al resquicio en las tinieblas; al instante en el infinito; a la excepción en el vacío.

Una brasa en la eternidad. Blanco, es inmensidad. Algo germina en el secarral. Planta emergiendo sin arraigar.

Por fin... te vas... Me dejas la enormidad. Tu luz, etérea y circunscrita al microscópico refugio, al texto fugaz en el libro vacío.

Una puerta en la oscuridad. Azul, luminosidad. En torno a ella, todo oscuridad. Habitación vacía, mezquindad.

Abro la ventana, el aire que entra, el calor que sale. Lleno mi cuarto, vacía la calle. Lleno de mente, vacía de gente. Mis pensamientos, mis sueños, mis hechos...

...circunscritos a la ventana. La ventana, en la oscuridad. Tú, luz etérea.

24.11.10

Fogonazo

Lo terrible no fue cómo terminó, sino cómo se enteró. Estaba cortándose el pelo, en la misma peluquería de siempre. Ya conocía a la peluquera. Llegó con la cabellera muy poblada, y la sorprendió diciendo:

- Rápamelo al uno.

- ¿Al uno? - dijo ella - ¿Estás seguro?

- Sí, sí, estoy seguro - contestó él, sonriendo.

Rieron un rato, bromeando sobre el tremendo paso que suponía darse semejante pelado. Especialmente después de tanto tiempo cortándose sólo las puntas. Pero ella empezó con las tijeras. Luego pasó la maquinilla. Mientras tanto, iban hablando de esto y lo otro. De música, de los bares a los que iban, de fútbol... él era del Madrid y ella del Barça.
La muchacha se cambiaba de un hombro a otro la larguísima melena, rizada, roja. Él decía que envidiaba su pelo. Ella que le gustaba su ropa.
Así iban charlando, saltando de tema en tema, hasta que la peluquera comenzó a acariciarle la cabeza por encima de las sienes. Muy lentamente.

Él quedó impactado por este gesto, entreabrió la boca e intentó mirarla de reojo, a través del espejo. Casi sonrió, pensó en un principio que quería ligar con él. Siempre había sido fantasioso y le había resultado atractiva la idea de hacerlo con la peluquera. Pero pronto sus pensamientos cambiaron de dirección.

- Tío... ¿te has visto esto? - preguntó ella, con la voz más que rota.

A él no le hizo ninguna gracia. Y le pareció de todo menos sensual.

- ¿El qué? Tía, ¿qué tengo?

- A ver... no te asustes... pero tienes aquí como un bulto...

- Venga, no me jodas - replicó él, irritado - tú me estás vacilando.

- ¡Adri, tío, no jodas! - se defendió ella - ¿Cómo quieres que te vacile con una cosa así? Que te lo digo en serio.

Él se llevó la mano a la cabeza.

- Ahí - dijo ella, señalando un punto - tócate. ¡Tío, Adri, que tienes un bulto! ¡Que te lo digo en serio!

Él se frotó las sienes. Las palpó concienzudamente y en efecto, notó un bulto prominente entre una y otra. Como una diadema de hinchazón que cruzaba su cabeza de lado a lado.

- Joder... - susurró - Joder, joder, ¡joder! ¿Cómo cojones no me había dado cuenta?

- Ha tenido que ser por el pelo... - sugirió ella - Lo tenías tan largo y tan rizado...

- ¡Pero venga, no me jodas! ¿Has visto el cacho de bulto?

- ¿No te duele ni nada?

- ¿Qué hostia? ¡Si me acabo de enterar de que lo tengo! ¡Yo no me noto una mierda!

- A lo mejor te has dado un golpe...

- Venga, coño, eso no es un chichón ni por los cojones...

El chico empezó a ponerse histérico. Ella lo notó: respiraba rápidamente, transpiraba, se le ponía el cuello rojo de miedo, y la cara blanca.

- Cálmate...

- ¡Unos cojones! Me tengo que ir ahora mismo...

- Bueno, si ya casi he terminado...

La muchacha se limitó a pasarle un cepillo por la nuca para retirar el pelo que había caído. Luego le quitó el delantal y él se levantó.

- Mira... - dijo ella - Lo mejor será que te calmes. Vete a tu casa, que te haga tu madre una tila o algo, te llamas al médico tranquilamente y ya él verá... Si seguramente que no es nada... A lo mejor es un quiste de grasa, mira, mi pibe tuvo uno y no tuvieron ni que operarle.

- Bueno, bueno... Joder...

Él no sabía qué decir y no paraba de frotarse los ojos y la cara.

- Me tengo que ir a urgencias - afirmó.

- No sé... mira, si te rayas va a ser peor. Yo que tú llamaba al médico y ya él te dará hora. Si eso no es nada, seguro...

- Bueno... - él se llevó la mano al bolsillo, mirando al suelo.

- Oye - espetó ella - que no me pagues.

- Venga - dijo él.

- Que no, tío, ni de coña. Da igual. Ya me invitas a algo.

Él sonrió, y le hizo bien. Ella le pasó la mano por la cara y le dijo adiós. Salió como un basilisco por la puerta y, antes de ponerse las gafas de sol, se encendió un cigarrillo.
¿Cuánto tiempo llevaba ahí esa cosa en su cabeza? No lo sabía, pero fue así como se enteró. De la forma más tonta. Quizá eso fue lo más terrible, lo más absurdo.

En tres meses había muerto.

La enfermedad

Por fin, después de muchos años, terminó con sus problemas. Lo primero fue poner fin a sus dos adicciones. A partir de ahí, consiguió un buen trabajo. Empezó una agradable relación. Incluso comenzó a hacer deporte. A comer bien, dar largos paseos... En sus ratos libres tocaba la guitarra, pintaba. Hacía planes. Grandes proyectos. Todo será distinto ahora.

Pero un día, de repente, vino la enfermedad. La odiosa, incomprensible y terrible enfermedad. Durante un tiempo trató de seguir con sus planes, con su futuro. Quiso hacer vida normal, pobre idiota. Pero era imposible.

La enfermedad lo empañó todo.

Una noche, al poco de recibir el diagnóstico, escuchó una voz en la oscuridad. Estaba seguro de que Dios le había hablado. Hacía mucho calor y lo recordaba como un sueño, y no sabía si era vigilia o pesadilla pero sabía que Dios le había hablado, y sus palabras fueron:

- No me da la gana.

Él permaneció largo rato callado, intentando encontrar algo bueno para responder. Finalmente dijo al aire:

- ¿De qué?

- De que lo consigas - respondió la voz desde lo alto - No me da la gana, así que no insistas.

Cerró los ojos y aguantó una lágrima. Se dio la vuelta en la cama y abrazó la almohada, pero no volvió a dormirse.

- No lo conseguirás - insistió la voz - no insistas.

Nadie sabrá nunca

Qué le llevo a hacer lo que hizo, y todo lo que giró en torno a ello, es algo que nadie sabrá nunca. Yo le conocía, y sin embargo tampoco lo sabré.

Me fascinan muchos aspectos de todo ese proceso. Lo que sentía, lo que hubo en su cabeza los cuatro o cinco meses, o incluso los años anteriores al último momento. Cuando una persona que conoces, tan cercana, hace algo así no sabes qué pensar.

Algo debió haber, y algo gordo realmente, porque si no no se alcanza un extremo así. Seguramente le pasaba alguna cosa, en la cabeza, en la vida o en el cuerpo, algo que nadie de nosotros podría entender. Habría que sufrir lo que él sufrió, fuese lo que fuese, para comprenderlo.

Lo que más me impresiona es cómo eligió el método. Cómo reflexionó, se planteó el modo. Cómo decidió la que finalmente sería su despedida. ¿Se basaría en el dolor, en cómo se vería desde fuera? Nadie lo sabrá nunca. ¿Cómo estaría su cuerpo cuando fue a la farmacia y compró las veinte cajas de somníferos? ¿Qué cara pondría el farmacéutico ante semejante cifra?

Nadie sabrá por qué eligió ese lugar y no otro. Cómo escogió ese hotel en aquella avenida de Madrid, por qué insistió en que tuviese vistas a la calle. A lo mejor simplemente quería sentirse acompañado, pero sin duda pensar en eso ahora no tiene sentido.

Desde luego lo tenía todo bien preparado. Incluso, me dijo la policía, había tirado el teléfono móvil al váter antes de empezar. Supongo que no quería arrepentirse, sin embargo, ¿llegaría a intentar salvarse, a querer dar marcha atrás en el último momento? No lo sabemos, pero está claro que no lo consiguió.

¿Por qué fue vodka y no ninguna otra bebida la que había encima de la mesa? ¿Por qué decidió beber en sus últimos momentos? ¿Para quitarse el miedo, para no enterarse? Este tipo de cosas son comunes a estos actos lamentables, pero nunca nos planteamos cómo funciona una mente al dibujar este proceso. Hay que pensarlo fríamente. Estudiar el camino que va recorriendo el cerebro mientras decide lugar, medio, fecha, hora... ¿verano o invierno? ¿Día o noche? Todo ello elementos indispensables que se analizan como cualquier otra empresa. La mente humana al servicio de la muerte. El alma a la autodestrucción.

El hundimiento debe ser total para tocar un fondo que esté por debajo de la vida misma. Supongo que un hombre que da este paso debe estar muerto ya mucho antes del instante final. Sólo necesita que el cuerpo acompañe al espíritu. Cómo se llega a esa encrucijada, es algo que nadie sabrá nunca.

22.11.10

La lotera

El otro día estaba tomando café, como siempre, yo solo leyendo el Marca, rodeado de gente y acompañado nada más por el humo de mis pulmones. A mi lado, a unos pasos, estaba en una banqueta el viejo hidalgo, un hombre ya anciano, soltero, sin hijos ni sobrinos y que había heredado muchas tierras propiedad de su familia desde tiempos antiquísimos. De aquellos cultivos había vivido siempre y era tal el número de hectáreas que, incluso aunque nadie se las trabajara más, le bastaría la renta para lo que le quedase de vida; vida que gastaba viéndola pasar muy lento entre copas de vino y tabaco negro, en un bar o en otro, de la mañana a la noche y siempre solo.

No se le conocían amigos, si los había tenido estaban ya muertos. Aquel era uno de sus abrevaderos predilectos – no sé en base a qué criterio –; como cada mediodía, una media hora antes de irse, alzaba la voz y le decía al camarero:

- ¡Ramón! Me pone otro vino y se cobra usted.

Y al instante plantaba en la barra tres billetes de veinte euros.

Mientras degustaba parsimonioso el último tinto, una mujer pasó al bar acompañada de un hombre. Era ciega o sorda o a lo mejor las dos cosas, y torpemente iba de corrillo en corrillo o al propio camarero ofreciendo cupones: ¿quieres para hoy? Hasta que se llegaba a donde el hidalgo viejo bebía murmurando entre dientes, y ella preguntaba: ¿cuántos quiere usted?

- ¡Hoy no quiero nada!

- Bueno, no pasa nada, no se preocupe usted…

El camarero miraba de reojo desde sus tatuajes y ella se alejaba, hablando como con pena…

- Hombre, no sé por qué es usted así, pero si no quiere no pasa nada…

El viejo insistía.

- ¡Hoy no quiero nada!

- Mire que si toca son cincuenta millones, ¿eh?

- Me da igual, ¡hoy no quiero!

- Va, venga, hombre, no sea usted así…

Al final, carraspeando estruendosamente, frotándose la barba blanca de vieja y amarilla de tabaco, el hacendado cedía y sacaba tembloroso un billetero…

- Bueno, bueno… ¡a ver si toca!

Así se producía el intercambio. El viejo se guardaba en el bolsillo el décimo y ella el billete en su monedero. Antes de irse me ofrecía lotería y se llevaba mi negativa, pero se marchaba contenta – era una mujer risueña –.

Y mientras la miraba alejarse al otro lado de las cristaleras, en la calle, y apuraba el sorbo final de mi café, no dejaba yo de preguntarme: ¿para qué quiere cincuenta millones de euros un viejo, solo, sin hijos ni herederos, que se encuentra en el invierno de su vida?

Sin número

Iba caminando por las calles, de noche, de callejón en callejón. Se sujetaba el pecho, porque le dolía intensamente. También la tripa. No sabía si era por su destrozada salud o por su maltrecho corazón. La carne o la emoción: pero mataba.

De repente apareció aquello. En una esquina sombría, atravesando la luz de una farola, el puñal. Dos, tres estocadas. Directo al pecho. Justo en el corazón.

Se quedó allí, sangrando. El aliento se le derramaba por la herida abierta. Y le dolía mucho todo, dentro y fuera.

Al fin empezaron a apagarse las luces, entre parpadeos. Todo se volvió negro. Y le sorprendió comprobar que, en la oscuridad, el dolor seguía estando. Y no sólo eso: más intenso, más abierto.

Realmente siempre había creído que cuando todo terminase, también se iría el dolor.

21.11.10

Declaration of a God


Atención, el vídeo contiene SPOILERS de la serie Naruto Shippūden. No lo reproduzcas si no la has visto.

20.11.10

Esbozo

Gracias por hacerme comprender, tan temprano, cómo funciona la vida. Por ti sé que aquí no hay que andarse con tonterías. En realidad debía haberme esperado todo lo que la humanidad me ha dado, con la lección que me diste. Pena que no supe ver.

Honestamente no me sirvió de nada - al menos no en el sentido práctico - salvo para una cosa: no tener ilusiones. Nunca actué en consecuencia, hasta hoy muchos años más tarde. Pero en mi interior sabía lo que tenía ante mí.

Ahora lo comprendo... antes no lo entendía. No albergar esperanza, no tener entusiasmo, no creer en nada ni de este mundo ni del otro. Pero sobre todo no creer en las personas y no poder unirme nunca a ellas, porque gracias a ti - a ti en primer lugar - sé que esto es imposible. Sólo somos islas.

Barcos que navegan entre náufragos y no se detienen, jamás, a socorrer a ninguno de ellos. El cuerpo da la cara y el alma la espalda. Ahora lo comprendo. Gracias a ti, hace tanto tiempo.

18.11.10

[12]

El cielo está lleno de buitres. Son decenas, cientos. Enormes, leonados, las alas negras. Graznan y van volando en círculos, primero muy grandes, cada vez más pequeños, se van uniendo nuevos.

Buitres... ¡os detesto! No hay animal más bajo en la Naturaleza. Ahí va el jabalí, herido, enfermo de la vida. Intenta huír, sabe lo que se le viene encima, aunque nunca atacáis... nunca, sólo esperáis.

Esperan, pacientes, los buitres. El jabalí intenta esconderse entre los matorrales, bajo las encinas, se engaña a sí mismo. Por fin cae al suelo, y empieza la carnicería. Allí llegáis los buitres, ¡os maldigo! Trapaceros, perversos. No cazan nunca presas vivas.

Buitres... buitres de alas negras. Siempre escondidos en las montañas, sobre los peñascos. Siempre en algún acantilado hasta que huelen la muerte. Sienten la herida. Cómo desean la cicatriz abierta. ¡Os desprecio!

Os maldigo, os repudio... quisiera echaros del seno de la madre Naturaleza, ¡buitres!

17.11.10

- Nunca te amaré.

- Aunque me dieras tu amor, no lo querría.

- Entonces, no se hable más, casémonos.

William Goldman,
La Princesa Prometida

4.11.10

La imaginación y las drogas

Cualquiera que haya leído La Historia Interminable, la obra capital de Michael Ende, sabe que es un prodigio de imaginación que lleva al límite la capacidad de la mente humana para crear mundos. Es un alarde inconcebible de fantasía; por muchas veces que la leo no soy capaz de vislumbrar cómo Ende pudo inventar algo tan denso, tan coherente y tan sumamente impredecible.

La Historia Interminable es muy famosa y de ella lo más famoso es lo que acabo de mencionar. Alguna vez, filosurfeando sobre el libro con amigos, alguien ha comentado: "el autor tenía que meterse algo seguro"; "comía setas"; "lo escribió bajo influencia de alucinógenos".

Quien diga eso no sabe lo que se dice. También se achaca a Lewis Carrol haberse drogado con láudano para crear el Mundo Subterráneo de Alicia en el País de las Maravillas.

No sé mucho de Carroll, pero sí he leído bastante de Ende. Es triste pensar que él tuviese que haber tomado setas o LSD para crear el mundo prodigioso de Fantasia.

La gente que opina así ignora el poder inconmesurable de la imaginación humana, que es más fuerte y avanzada de lo que ninguna droga pudiese llegar a ser jamás.

El psicotrópico está diseñado para estimular partes escondidas de nuestra mente y de nuestra conciencia, exactamente lo mismo que hace la imaginación. La diferencia es que la imaginación lo hace sin anular nuestro ser, sin manipular nuestro cerebro.

Cualquiera que utilice su imaginación para abrir las puertas de la percepción llegará más lejos, más profundo de lo que ninguna persona bajo la influencia de mescalina o cualquier otra sustancia podría intuir.

Utilizando la imaginación se alcanzan mundos insospechados, estados elevados de conciencia, regiones desconocidas de la mente humana.

Los alucinógenos encienden una chispa en tu cerebro y te enseñan un fugaz y frágil espectáculo de pirotecnia. Usar drogas es quedarte con lo que la droga te quiere enseñar.

Qué triste, comparado con el poder de la imaginación. Con la imaginación tú eres el dueño, tú estás ahí, en ese mundo, y no eres un espectador. La imaginación no es una película que tu cerebro, drogado, te quiere poner: usando la imaginación eres tú el que crea un universo entero, el universo que sale de ti. Justo lo que hizo Ende. Sin drogas, sólo con su imaginación, libre.

2.11.10

Echo de menos los 90

Echo de menos los 90. No sé cómo lo veréis vosotros, pero creo que el mundo era como un poco más inocente. Y es decir mucho, porque no hacía tanto que acababa de terminar la Guerra Fría con todo el miedo por los misiles atómicos, y aun antes había sido la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, y mucha gente lo recordaba. Pero así y todo, creo que el mundo era más inocente.

De alguna manera, lo era. Yo tengo la teoría personal - quizá equivocada - de que todo era más inocente porque la gran tecnología no había llegado a las masas. La gente no tenía más contacto con la electrónica que el televisor de su casa. Lo que mancilló al mundo, a partir del año 2000, fue la explosión de las comunicaciones, la proliferación de teléfonos móviles, ordenadores, conexión a internet.

Poco a poco la relación entre personas se hizo menos humana, más fría, porque cada vez más te acostumbrabas a no tratar con otra cara sino con una pantalla de ordenador o el teclado de un celular. Aquello fue, principalmente, el auge de Messenger. MSN fue un poco la ruptura, el corte, porque a la llegada de Tuenti y Facebook la sociedad ya era otra, ya había cambiado.

En los 90, España era como un pueblo grande, todos nos reuníamos en el mismo sitio - la tele - conocíamos nuestras costumbres, teníamos unas tradiciones, unos personajes populares. Era un poco como conocernos todos en el barrio. Llegaba la Navidad y sabíamos lo que había, luego en verano exactamente igual, y además las calles eran tranquilas, paseábamos por la noche.

Supongo que gran parte de esa pérdida de la inocencia vino con el crimen organizado, los asaltos a casas, asesinatos, violaciones, tráfico de drogas y tantas cosas que en este país, si las había, no lo sabíamos.

Otro gran golpe fue el 11S, y más concretamente - entre nosotros - el 11M (aunque los 90 ya estaban lejos para entonces). Pero cuando cayeron las Torres nos dimos cuenta de que el mundo había cambiado para siempre, de que se había terminado esa especie de teatro de terciopelo rojo que era el Imperio Americano (el mundo) que a nadie nos gustaba pero en cierto modo nos hacía sentir seguros, protegidos, porque alguien estaba arriba controlándolo todo y vigilando que nada se moviera de su sitio.

A partir de ahí comprendimos - algunos, otros no - que de alguna manera ya en el mundo no mandaba nadie, que cada cual haría lo que le diera la gana, y nada importaba ya. Podía pasar cualquier cosa, habría guerras, atentados, la gente se volvería loca de miedo. Fue cuando empezamos a saber que podían meterte un dedo por cualquier parte para asegurarte de que no llevabas una bomba encima. Eso le quita la fe a cualquiera.

En general, yo pienso en los 90 y pienso en un mundo pequeño, familiar. Pienso en tranquilidad, rutina cotidiana. Cada cosa en su sitio y no mayores problemas.

También es verdad que en los 90 yo era un crío y mi máxima preocupación era decidir si aquella tarde jugaría a la consola o me iría por ahí con la bici.

Ojalá no hubiesen terminado nunca, los 90.

[11]

Me estoy muriendo de dolor... Sólo dolor. Pensé que era superstición, fantasía, creer que el alma puede matar al cuerpo, que la vida puede apagarse como una vela con un soplo, sólo por dolor. Sólo de pena.

Me estoy muriendo de dolor... Nunca creí que pudiera ser, nunca pensé que llegase a ansiar la terminación, y entre un día y otro suplicar a Dios... que se termine...

No, no sabía que pudiese haber un sufrimiento semejante, algo así en el interior, de lo que nadie me puede consolar, de lo que no hay médico que me pueda curar.

Dolor, profundo, por dentro, indescriptible, matándome, consumiéndome, dejándome vacío por dentro hasta convertirme en un envoltorio hueco, para siempre, sin final, sin horizonte, dolor...

Nunca creí que pudiera ser, y al fin lo comprobé, y ahora miro por la ventana, busco en la pantalla, en la luz en el aire un lugar donde esconderme, donde meterme, pero no puedo huir porque es por dentro, porque está dentro de mí...

Dolor... hasta que termine, no habrá nada más. Estoy muriendo de dolor.

28.10.10

Me queda la tierra

Aunque pierda la salud, la existencia y la vida, aunque se vaya la esperanza, el sentido y se borre el camino, no perderé. Qué terrible fortaleza acompaña a los hombres cuando no les queda nada; qué epílogo increíble el que sucede a la muerte. La muerte peor, la que es por dentro.

Pero aunque se me vaya todo, aunque me derroten por entero, aunque me deshagan y me borren, me supriman y me enfermen, aunque me hagan polvo y el polvo vuele, aunque se vaya; nunca perderé, jamás perderé.

Porque me queda la tierra. La tierra que me hizo, que me creó y que me sostiene, la tierra que se ha grabado en mis ojos, que me rodea por todos los días de mi vida. Me quedan mis paisajes, mis cielos abiertos, mi Mancha infinita. Me queda el aire, me quedan los árboles, las encinas eternas, las acacias solitarias, la llanura roja como sangre incendiada de colores. Me queda el acento, el agua terrosa, los arbustos pioneros, las vides incansables. Me quedan los pastos grises y los brotes pacientes, las montañas lejanas como acuarela en el cielo, las nubes blanquísimas y esponjosas, a veces solitarias y otras multitudes.

Porque moriré, porque ya no estaré, y aun así no perderé nunca. No lo conseguirás. Porque sufrí la desgracia y nací como hombre, que es parte del cosmos desafiando a la muerte. Y por eso, cuando muera, seré tierra, y de la tierra pasaré a los árboles, y al agua, y al aire.

Y entonces estaré en el paisaje, en las montañas como tinta, en los frutos fríos de la vid, en el mar que ondulan los trigales, en el acento de las palabras y en la luz de las miradas, en las nubes que van y vienen, en el ladrido de los perros y en el sueño de los gatos, en el parpadeo de un farol entre callejones, en la oscuridad de las noches y el fuego absoluto de los días, en las manchas de la luna y en las hojas susurrantes.

Me quedará tierra, porque seré tierra. Y tú no podrás cambiarlo, porque somos seres humanos y nacimos para desafiarte, aunque no todos sepamos verlo.

La parte mala de convertirse en mito

Uno de los mitos eternos que siempre acompañará a los artistas es el de morir jóvenes, y más concretamente el del suicidio. Una vez leí una frase, no sé de quién era, que decía que un artista por definición es alguien descontento.

Y es verdad, la principal motivación para hacer cualquier cosa artística es luchar contra las frustraciones, cambiar algo que no te gusta, buscar eso que todos tenemos dentro y que algunos nos empeñamos inútilmente en encontrar. Siempre se dice, y es cierto, que las mejores novelas se han escrito como venganza.

Al mismo Kurt Cobain se le achaca haber dicho que sentía "como si la gente quisiera que me muriera para que así se cumpliera la clásica historia del rock". En el caso de los poetas románticos se consideraba casi un requisito y así lo cumplieron el inmortal Bécquer o el ensayista Larra.

Incluso una vez, rayándome con los amigos, alguien sugirió que la leyenda de Héroes del Silencio sería mucho más universal e imborrable si Bunbury hubiese muerto en el apogeo de su éxito. Una obsesión morbosa y casi religiosa de las masas para con sus ídolos.

Hay muchos motivos que llevan a esto. Le da a cualquier historia un tono mucho más épico y trágico. Se suele decir, también, que al suicidarse el artista congela su imagen en su mejor momento: nadie le ha visto convertirse en un viejo achacoso y barrigudo. Quedó joven y así se le recuerda eternamente.

El mito de un artista, sea músico, actor o escritor, se multiplica por mil si hay un suicidio de por medio. Un ejemplo está en David Foster Wallace, por ejemplo. Yo reconozco que nunca hubiese leído un libro suyo de no ser por su triste muerte, ya que, hasta que no empezaron a hablar de él en todos los diarios y televisiones, yo no sabía de su existencia. Y no le mencionaron nunca salvo cuando se suicidó.

A veces me imagino que los grandes artistas, cuando han tomado la decisión de suicidarse, piensan en cómo será su leyenda cuando ya no estén. En lo que dirán de ellos en todos los medios, libros que se escribirán y personas que les elevarán a los altares. Quizá más de uno muera dándole vueltas a eso.

Pero lo terrible de esto es que ellos nunca jamás se enterarán de nada. Kurt, por ejemplo, se ha convertido en una leyenda universal que soportará el paso de los siglos, pero él precisamente no tiene ni idea ya que en el momento en que el mito empezó a correr el tiempo se había apagado para él. Sencillamente no está y nadie puede contárselo, ni puede visitar su ficha en Wikipedia, ni leer nada de lo que dicen, escriben o componen sobre él.

En definitiva, una de las más viejas historias; perseguir la fama, no como popularidad de baratillo sino como concepto de eternidad que defendían los griegos y más tarde los hombres del Renacimiento e incluso nosotros mismos. Cambian los medios, de la tradición oral a la imprenta y de ahí a la televisión o internet pero el objetivo es el mismo: no morir nunca.

Pero la triste realidad es que todo eso se queda en el plano de lo metafísico. El plano físico, el único real, termina en el momento en que se apaga el cerebro y los artistas, por mucho que lleguen a la Fama - con mayúscula - se quedan en la tierra y no viven eternamente, sino que mueren y no pueden disfrutar de su propia eternidad.

25.10.10

Gilipollas felices

En esta vida hay tipos que son auténticos gilipollas integrales. Pero hay que diferenciar entre los que simplemente son tontos de nación y los que, encima, están felices de serlo.

Estos últimos son los que me causan aversión. Aquellos que tienen sobrada capacidad para no ser gilipollas y, sin embargo, se empeñan en serlo. Esto es, son conscientes de su personalidad insoportable, saben bien lo que se hacen. Podrían ser simpáticos, agradables o simplemente limitarse a no molestar, pero insisten en dar asco.

Me refiero a un tipo muy concreto de persona con el que a menudo todos lidiamos. Esta clase de gente que elige siempre la peor cara, la peor contestación, las malas formas. A veces me pregunto: ¿no se dan asco a sí mismos? Sólo abren la boca para soltar mierda, ¿se sienten necesarios en el mundo, encuentran algún sentido a su existencia?

El caso es que parece ser que sí. La mayoría de gilipollas integrales y conscientes son, también, de los tipos más felices que conozco. Están contentos y encantados de sí mismos, se sienten superiores, y supongo que esto es así porque una sociedad demasiado cordial les ha ahorrado el par de guantazos que se merecen.

22.10.10

Ciclo

La hierba se come la tierra. La vaca se come la hierba. Yo me como a la vaca. La tierra me come a mí.

Quisiera ser el jaguar de tus montañas

Yo quiero ser jaguar de tus montañas,
arrastrarte a mi propia madriguera,
para poder abrirte las entrañas
y ver si tienes corazón siquiera.

José Santos Chocano.
Robe Iniesta.

12.10.10

Tristes días

Tristes, tristes días que nos ha tocado vivir. Pensamos que todo está mal, hasta que comprendemos que está peor.

Todos los sentimientos en la cabeza... alegría, esperanza, claridad, vigor. De repente todo estalla. Y luego, sólo...

Tristes, tristes noches. En las que descubrimos que somos granos de arena. Que todo nuestro sufrimiento es un cristal de azúcar en una playa inmensa. Que hay un dolor inimaginable mientras tanto, donde menos lo esperamos. Un dolor que nos hace ser ridículos, estúpidos. Un dolor que nos alumbra y nos reduce...

a la nada.

Tristes, qué días tristes. Días tristes que tenemos que vivir. No por el tiempo, sino por ser humanidad. Cosa triste la humanidad.

De repente comprendemos, de repente nos llega un hálito de ese dolor. Como si en un segundo, para nuestra pena, pudiéramos conocer todo lo que está pasando en todas las mentes desgraciadas, lo que está ardiendo en los incontables corazones arrasados.

Tristeza... la tristeza que nos derrota. Que nos derrota porque nos hace comprendernos, comprendernos en nuestra estupidez. Porque es de un sufrimiento tan puro que nos deslumbra, que nuestro gravísimo problema se convierte en pequeñez...

Y entonces añoramos ese problema... deseamos tomar ese problema y compartirlo con los nuestros, para que tengan poco de qué preocuparse. Para que no sea real su dolor. Pero es imposible.

Tristes días... en los que envidiamos a los perros, que son sólo ladridos en el aire. Envidiamos a los gatos, que son sólo maullidos...

en la noche.

Tristes, tristes días.

Que pasen ya.

10.10.10

La vida que pudo ser

Hace poco no sé en qué andaba yo pensando, cuando empezó a tomar forma una de mis absurdas reflexiones. Y llegó a mi cabeza una conclusión terrible que se ha definido estos días. En realidad, todos tenemos dos vidas, o quizá incluso tres.

Digo tres porque por un lado está la vida que vivimos, que dura un instante (el instante que estamos viviendo) y por el otro la vida que recordamos, que normalmente no se parece en nada a lo que realmente ocurrió ya que lo mezclamos, lo corrompemos y lo deformamos en nuestra memoria. Otro tema interesante del que alguna vez hablaremos.

Pero cuando digo que tenemos varias vidas estoy pensando especialmente en otro tipo, que es el de la vida que deseamos.
Nuestra vida real la van haciendo nuestras decisiones, sobre todo, los errores que cometemos. Cada error es una puerta que se cierra para siempre y nunca más podremos abrirla. Y una elección insignificante que en su día puede parecer una tontería, en el futuro determinará nuestra existencia.

Con el paso del tiempo, todos nosotros empezamos, ya en frío, a revivir aquellas decisiones, a darnos cuenta, cuando pensamos: "¿por qué es así esto...?". Retrocedemos, atamos cabos, hasta comprender en qué punto exacto metimos la pata o elegimos el carril equivocado.
Acto seguido, nuestra poderosa imaginación de seres humanos hace el resto. Como si guardásemos una estúpida esperanza de arreglar el estropicio nos decimos: "¿y si hubiera hecho...? ¿Y si no hubiera hecho...?". Ese "y si" maldito que no sirve para nada.

A partir de ahí generamos una vida paralela, una auténtica película, imaginando cómo hubiera sido todo si se hubiese consumado ese "y si". ¿Qué hubiera pasado si hubiese aceptado aquel trabajo? ¿Si no me hubiese ido de esa ciudad que me encantaba? ¿Si no hubiese tenido hijos? ¿Si los hubiese tenido? ¿Si esa noche no hubiera ido a esa fiesta, y no hubiese conocido a esa persona? ¿Si no me hubiese cambiado de asignatura, y no hubiese conocido a mis amigos? ¿Si no hubiese contado ese secreto que me costó tan caro? ¿Si estuviese con esa persona a la que dije que no? Y un larguísimo etcétera que abarca tanto como hay seres humanos, cada uno con sus ilimitadas posibilidades, lo que lo hace infinito.

Pero al final, como decía Nietzsche, el "y si" es pura ficción, no existe. Al final sólo hay un camino - la vida no es una telaraña, es lineal -. No existen bifurcaciones de nuestro destino, salvo en nuestra cabeza. Pero es ahí donde las hacemos reales, y muchas veces vivimos más en ellas que en el mundo real. Soñando como unos idiotas lo que pudo ser y no fue, o cómo hubiera sido todo si hubiese salido bien.

Esa vida paralela y secreta que todos guardan en su mente y que ninguno, nunca, comparte con los demás, es una de las grandes cosas que nos hace infelices. Desde el principio de los tiempos. "¿Y si no hubiese nacido esclavo?", debían pensar en la Antigua Roma. Y hoy: "¿y si no hubiese firmado la hipoteca?". Siempre cavilando lo que pudo ser, dolorosamente.

Creo - no estoy seguro - que también era Nietzsche el que valoró una pintoresca teoría. La de que, tras la muerte, volvemos a vivir nuestra misma vida, pero con conocimiento para cambiar los errores, y así en un bucle inacabable hasta lograr su punto álgido. Ojalá fuera así.

Con la distancia lo ves todo más claro, maduras, sabes las consecuencias que tuvo aquella elección. Y piensas: "si tuviera una máquina del tiempo volvería atrás y haría tal cosa" o: "me gustaría conocerme a mí mismo hace diez años y decirme que no es una buena idea...".

Por desgracia todo eso forma parte de la ciencia-ficción. Al final nos toca una vida para malvivirla, unos recuerdos para enloquecernos y una existencia imaginaria para torturarnos, pensando lo maravilloso que pudo ser y no fue.

8.10.10

Nubes

Este relato forma parte de la iniciativa Convivencia, propuesta por Angel Cabrera y José Senovilla.

Espero que comprendáis el mensaje que he querido transmitir.

Gracias a ambos.


Ese día estaba especialmente cansado. En realidad estaba especialmente triste. Verdaderamente no lo sabía: sólo era un día como aquellos. El pecho se lo oprimía una sensación de asfixia, que no sabía muy bien definir.

Ansiedad, ganas de fumar. Soledad absoluta, enterrada en el fondo en algún lugar.

Se había desayunado con una de aquellas asquerosas noticias: una anciana ha muerto en una residencia, víctima de malos tratos. En la pantalla azul del ordenador. La vibración del ventilador, su compañía.
Luego agarraba la punta del hilo asqueroso, y empezaba a tirar. Una noticia le llevaba a la otra, en su memoria. ¿Por qué siempre le habían funcionado los recuerdos de una forma tan cruel? Un mendigo sufrió un infarto y falleció abandonado, en medio de Madrid. Accidente de tráfico: unos chavales lanzaban piedras a los coches para divertirse. Otra bomba en Afganistán, el pueblo exige más seguridad.

Nubes, lilas, en el horizonte. La llanura inmensa, negra. Parece el mar. En algún rincón arde un contenedor: es la hoguera de la mañana, cuando aún es de noche. Los obreros silenciosos se arrebujan buscando calor. El frío es cortante. Hiere los cristales estremecidos del autobús. Las ventanas duelen.

Otro día insustancial. Una vida larga e insustancial, para decir verdad. Y sigue pensando, pensando... no hice, no logré, no intenté. Pasó, ocurrió, sucedió. La noche me va a tragar. La pesadilla me va a matar.

Otro día de trabajo. No quiero hablar con nadie. Nunca me alegro, nunca me enfado, porque ya conozco estas cosas. No necesito más.

¿De qué sirve? El amor, una ilusión. Espejismos en la soledad. ¿Para qué? Anímate, ¡no puedes obligarme a estar contento! Todo eso son tonterías. ¿No hay derecho a ser realista en esta maldita sociedad?

De vuelta a casa, al atardecer. Todavía hay luz en el cielo, color plomo. Pero ya no está el sol. Los edificios son grises. Las personas son grises. Cuando ve su propia cara en el reflejo de un escaparate piensa: "mañana mismo dejo de trabajar". Pero por desgracia Dios me hizo así.

Sortea los coches, invasión de las aceras. Serpentea como un gusano escurriéndose en el espacio raquítico que ha quedado para los peatones, exiliados. Y casi está sordo por el rugido de los camiones. Malditos elefantes de metal.

Ahora, la marquesina. Encima, nubes, en el cielo. Parece un techo de uralita, una de esas naves industriales blancas en las que trabajé. No se distinguen unas de otras. Simplemente no puede verse el azul, lo poco que de azul queda.

Intenta pensar, recordando. Otro robo en una casa, las hijas del propietario violadas... Extorsión en... Enfrentamientos por... No logra cavilar, el ruido circundante se lo impide.
Unos chavales a su alrededor, como un enjambre. Las muchachas de tangas proclamados, los chavales exhibiendo calzoncillos. Y todos ellos arruinando la tranquilidad de la concurrencia con el bramido de sus móviles: "muévete, muévete"... una voz siniestra rodeada de tambores y el zumbido de un sintetizador.

Me gustaría insultarles, insultarles por dentro, pero pensarán que soy viejo. Y realmente muy viejo por dentro. Y quizá, si me miro en el espejo, también por fuera. Pero no puedo asumirlo. Esta sensación en el pecho me va a ahogar...

La pesadilla sube por la garganta. Empieza a pensar. La puerta se abre, un suspiro de máquina. Con cada escalón, un recuerdo. Y siempre la culpa, la culpa. Soy tan infeliz...

¿Por qué, por qué, por qué? Quise hacer, y no hice. Quise ir, y no fui. Buenos días... el conductor nunca contesta. Empiezo a buscar... otro sitio ocupado, y otro, y otro...

Pude haber sido, pero fracasé... no lo quise intentar. Y lo peor, la soledad, voluntaria, mantenida, protegida. Ya sé lo que son las personas. No me fue bien. No funcionó, no funcionó... no lo probaré otra vez. Me intento sentar... y no. Llego al final, media vuelta, vuelvo a mirar. Nunca te tuve. Nunca me atreví a tenerte. ¿Por qué no lo abandoné todo para estar contigo? ¿Por qué, por qué?

Ahora es tarde.

Esta noche, sí. Por fin. Hoy sí me atreveré. Por fin iré al otro lado... por fin...

De repente una mano a su lado, un chaval. Otro de esos, de los que estaban con las descocadas de tanga en astillero. ¿Quieres vacilarme, patán? Cara cosida de pendientes, exhibición andante de paños menores. Me das asco.

- Siéntese usted.

Viejo, te equivocaste. Y mientras mira el horizonte, la gran llanura, le gusta imaginar que es el mar. El muchacho se levanta, se coloca como puede en el pasillo y le deja sentar.

Te equivocaste... te equivocaste.

Y cuando se recuesta en el asiento que le han cedido, se pone a mirar las nubes que empiezan a descargar la lluvia. El calor disuelve la humedad. Nubes...

Nubes, son las que recogen el aliento y lo llevan lejos, lejos en el cielo.

Nubes, que envían gotas. Y una de ellas se desliza junto a ti, en el cristal. No sabe en qué piensa cuando casi se pone a llorar, sin poderse contener.

Mira la gota que serpentea hasta desaparecer como si fuese Dios intentando bromear. Y quizá, no lo sé, pero esto me hace sonreír.

6.10.10

Luces

A veces, cuando estoy en la carretera, en medio de la oscuridad, veo luces. Luces a lo lejos. A un momento me parece que me deslumbra un coche por detrás. Luego quizá sea una farola que hay junto a la calzada. Y luego otra vez negrura pura, que se me echa encima, que me come, que se traga el coche.

A ratos las luces se acercan, y al final son otros viajeros que circulan por el carril contrario, o me adelantan, o los adelanto.

Otras veces recorro kilómetros, kilómetros y kilómetros sin cruzarme con nada, salvo esas luces irritantes que destellan en el horizonte, a mi espalda, en los espejos, sobre el capó, en todas partes. ¿Estrellas, vehículos, focos, antenas, aviones? Yo qué sé.

La sensación es muy extraña. A ratos tengo miedo porque veo las luces. ¿Y si es un loco de la carretera? ¿Y si es un psicópata que está conduciendo por ahí buscando carne fresca para destripar? ¿Y si son bandidos que me asaltan y me roban el coche, y me dejan tirado, o me matan?

La locura... Porque a otro rato tengo miedo porque las luces no están. ¿Y si estoy solo? ¿Solo? ¿Completamente solo en esta inmensa oscuridad? ¿En las hectáreas y hectáreas de carretera entre el siguiente pueblo y yo bajo el cielo? ¡No lo estarás diciendo en serio!

Luego estoy tranquilo, aunque no llego a relajarme, respiro al menos. Estoy solo. No hay nadie, nada. Sólo la noche, el albor y el horizonte rojizo. Soledad... impresiona, pero, ¿qué seguridad más grande que la de saberse solo en cientos de millas a la redonda? Si no hay nadie, nadie puede hacerme daño...

...y de repente, el futuro, seguro que en un rato aparecen las luces. ¡Ahí están! ¿Qué son, qué son? Maldita sea, no lo sé, pero seguro que nada bueno. Están detrás de mí, ahora delante... seguro que tarde o temprano nos cruzamos. Seguro que es un loco que me saca de la carretera. ¿Quién en su sano juicio conduce por ahí a las cuatro de la mañana un día como hoy?

Malditas luces... Sigo pensando en ellas, cuando aparco y quito las llaves. Y todavía no sé qué me da más miedo. ¿No verlas o que estén ahí?

Qué me da más miedo. ¿Haberlas perdido o irlas a encontrar? Indecisas luces...

Tristeza

Estas manos... ¿son éstas mis manos?

No sé dónde estoy. Sólo hay una puerta junto a mí. Abierta. ¿La he cruzado ya... o la voy a cruzar? ¿Está a mi espalda? ¿O está frente a mí?

Veo mucha luz. Todo es luz. Blanca. No hay nada más. Pero la luz no me gusta. No me causa tranquilidad. Porque no puedo ver qué alumbra. No puedo ver nada salvo mis manos... ¿son mis manos?

Empiezo a vislumbrar. Los ojos tienen que acostumbrarse a la oscuridad pero también a la luz. Y del mismo modo, poco a poco van enfocándose mis pensamientos. Toman forma. Recuerdo.

Ahora apareces tú... ¿eres tú? Sólo veo tu carne, blanca. Veo tus caderas, anchas. Tus piernas, tus brazos...

...tengo miedo. Si me pregunto: ¿te tendré? Si me planteo: ¿me tendrás? Tengo miedo... esa luz. Esa luz, ¿es el futuro? ¿O es el pasado? Si es el pasado... no estás. Eso ya lo sé. Si es el futuro... tampoco estás. ¿Serás mía? ¿Seré tuyo? Te necesito, te necesité, te necesitaré. Que no sea el futuro... que sea el pasado.

...estoy triste. Pero no puedo dejarlo pasar. No puedo dejar pasar este momento de tristeza perfecta. Tan pura, tan intensa, tan real. Tengo que aprovecharlo, tengo que aprovecharlo... ¿pero para qué?

Tristeza. Tan viva. Geométrica. Tan natural. Siento cómo me apago... ¿me querrás?
Nadie me querrá si lloro. Nadie me quiere cuando lloro. Ahora... ¿puedo llorar? Abrázame... necesito caer. Tengo que caer. Abrázame.

Es todo tan puro, tan blanco. Estoy preocupado, caminando al borde de la seguridad. La línea del abismo. Lo que hay bajo mis pies... ¿está? ¿Es?

Te alejas. Te escapas. Creo que te perdí... como un pedazo de papel. Como una pluma que quiero coger, y se me escapa... entre los dedos.

¿Fue así? Si fue así, si te perdí, entonces quiero que la puerta esté atrás. Quiero haberla cruzado ya.

Pero ahora no sé dónde estoy... ¿sin ti? Si es sin ti... por favor, que la puerta quede atrás. Que haya quedado atrás. Y no saber... ¿quién soy?

La boca que habla, ¿es mi boca?

El pecho que late, ¿es mi pecho?

Si no soy... no existiré. Y si no existo, no podré recordarte. No anhelaré tu presencia. No ansiaré poseerte. No sufriré el no tenerte.

Sin ti... no ser.

Y el aliento que anhela, ¿es mi aliento?

La puerta, la luz... sólo yo, mis manos. ¿Dónde estoy? No lo sé...

Pero si es sin ti... si es solo yo sin ti...

Si es sin ti... por favor. Por favor, que la puerta quede atrás.

Que la haya cruzado ya.

3.10.10

Job, 7:7

Acuérdate de que mi vida es un soplo,
mis ojos no volverán a ver más la felicidad.


Job, 7:7

1.10.10

Espejismos en Twitter

Una vez le preguntaron a Nacho Vegas en una entrevista: "¿su vida es tan intensa como parece por sus canciones?". Él, muy sensato, fue sincero y contestó que no.

Lo que vino a decir Nacho Vegas es que él tomaba un momento muy intenso de su vida y lo convertía en canción. Tú escuchas un tema en cinco minutos y otro y otro, y te puede parecer que su existencia es una verdadera aventura, pero evidentemente no te habla en sus letras de todos sus días absurdos y aburridos de persona normal, no te cuenta los ratos que pasa comprando en Mercadona o fregando los platos, o viendo alguna gilipollez en la tele.

Simplemente el artista, seleccionando los momentos adecuados, consigue crear ese aura mística e increíble que le rodea. Así se forjan las leyendas de todos los mitos de la música, la literatura o cualquier otra cultura.

Algo parecido pasa en Twitter, pero elevado a la enésima potencia. Twitter te permite contar algo en 140 caracteres, una y otra vez, y a través de esos mensajitos es como gente que no te conoce de nada se forma una idea sobre ti.

He observado que los filósofos de bareto son una plaga en Twitter. A los que tenía en mi cronología ya no los sigo. Gente que intenta hacer reflexiones ingeniosas, bohemias, románticas o misteriosas. Gente que pretende crear en torno a sí un aura como de artista.

Pero obviando a esos cantamañanas, entre el resto ocurre algo semejante y muy triste. Mucha gente se esfuerza constantemente por resultar ocurrente, o por dárselas de interesante, o por mitificar sus supuestas historias de amor, o sus estados de ánimo.
Cuando están tristes se las arreglan para que parezca que el abismo les traga, cuando echan de menos a alguien poco menos que aparentan ser Marco Antonio y Cleopatra.

A través de las pequeñas gotas de sí mismos que les permite Twitter, van construyendo una imagen propia que a ojos de cualquiera les convierte en personas con vidas muy intensas. Y como nadie les conoce, ni en realidad saben de qué va su vida, esa intensidad parece real. Pero no lo es.

En realidad son, como todos somos, personas lo suficientemente solas como para pasar mucho rato sin más compañía que la del ordenador. ¿No es ese el mundo que hemos heredado? Todos tenemos vidas mediocres, vidas de mierda en las que nunca pasa nada interesante. Nunca se produce ese hecho formidable de las películas, nadie encuentra lo que se supone que busca incansablemente.

Esta gente que a través de Twitter hace todo lo posible por parecer sugerente, por ser alguien que cualquiera desearía en su vida, consigue que nadie vea que en el mundo real son personas en las que nadie - absolutamente nadie - se fija, personas que pasan desapercibidas, en la calle, en el metro, sin que nadie las vea. Como la mayoría aplastante de la humanidad.

Ciertamente es triste, una mezcla de hipocresía, debilidad, soledad insoportable y necesidad dolorosa de calor humano. En el fondo les comprendo, y posiblemente porque sospecho que alguna vez quizá yo haya intentado pasar un espejismo de falsa intensidad en mi timeline, y no es así.

Soy una persona normal, todos lo somos. Por desgracia.

29.9.10

Visión submarina

Después de muchísimos años de estudio, el temerario explorador logró reunir todos los componentes. Leyó hechizos, ejecutó fórmulas y, por supuesto, frotó la antiquísima lámpara sagrada.

No debió pedir lo que pidió, pero el Genio estaba obligado a cumplir cualquier deseo. De forma mágica se vio de repente en el fondo del mar, y comenzó a bucear. Había perdido su sombrero y se embelesaba flotando entre las miles de burbujas que salían de su boca, pero una fuerza sobrenatural le permitía respirar. Casi le cegaba la espuma y en torno a él sólo veía la inmensidad del azul.

Conforme avanzaba fueron sucediéndose profundos cañones submarinos, insondables abismos desconocidos, espesas junglas de algas ondulantes como olas.

Finalmente empezó a revelarse la dimensión de lo fantástico y tras las vastas extensiones de ruinas de naufragios emergieron las ciudades sumergidas, las legendarias tierras de mundos olvidados.

Recorriendo los esqueletos de edificios imposibles el explorador buceaba y buceaba, entre los esqueletos de edificios, sobre las plazas repletas de corales.

Al fin llegó a un lugar donde, entre altísimas columnatas y a una profundidad que sólo se podía imaginar, un pórtico tallado en los más insospechados materiales preciosos del submundo tenía en su centro el cristal de una burbuja. Una claraboya con la imagen que había pedido.

Y allí la vio a ella, con él. El calor del hogar que nunca tuvo y la compañía de sus hijos que no nacieron, el esplendor de la vida que no vivió.
Vio el hueco que siempre tenía en la cama junto a ella, las incontables noches haciendo el amor y la existencia compartida hasta el último suspiro satisfecho.

Se había preguntado cómo hubiera sido, y cuando miraba hacia el cielo intentando encontrar un vestigio de la luz del sol al otro lado de la enormidad comprendió por qué el Genio, lleno de piedad, había accedido a su deseo sólo a regañadientes.

25.9.10

Como acecha la araña

La hormiga permanece en la linde que separa el suelo del tabique, en la estrecha hendidura donde se une el azulejo a la pared. Una mitad del patio está bañada por el sol, la otra por la sombra. Y en la línea que divide los dos mundos, ahí aguanta la reina joven, estoica.

La gran hormiga señorial, en su pugna sedienta por sobrevivir, retrocede un palmo cada vez que el sol gana terreno. Escondiendo la cabeza en el musgo que la lluvia trajo para encontrar frescor, pierde la nobleza de su condición convirtiéndose en un insecto más. Quizá, a la noche, pueda caminar por ahí y excavar en la tierra el lugar privilegiado que le corresponde.

La mañana avanza y pasa la tarde, y el sol en su recorrido pronto lo bañará todo. Un destello incendia la dura y negra piel de la hormiga, que sigue cediendo y cediendo. Y en su retroceso se acerca cada vez más a la última esquina del pequeño patio, al rincón donde el canalón desciende y va a desembocar sobre el sumidero.

En su huida lenta y serena, paciente, la reina se acerca a su perdición sin saberlo. Porque bajo el pie de la cañería, donde la oscuridad eterna y la humedad ha generado líquenes y hongos diminutos, invisibles, en la minúscula e inadvertida pradera se oculta la araña saltadora.

Como la leona repta al amparo de la hierba alta esperando que se acerque la gacela, así en el micromundo se repite idéntica escena. Velada por la pradera espesa del humus microscópico, la araña también acecha, al igual que el felino busca alimentar a sus crías, ella quiere nutrir sus miles de insignificantes huevos. Y donde el gran gato pone los bigotes ella fija sus ocho ojos, esperando. Paciente. La reina se acerca. No habrá reino para ella.

Así, como la araña acecha, espero yo que el tiempo me traiga mi momento. Pero, ¡qué triste paradoja! Depredamos. Y sin saberlo, como la hormiga, salvamos un instante para perder la eternidad entera. Como la reina sin reino, le ganamos al sol un momento y le cedemos a la muerte, sin saberlo, el resto.

22.9.10

Nuestro destino es desaparecer

Escuché una canción. Era un idioma ancestral, una reliquia que por obra de algún milagro sobrevive hoy.

Pensé en el tiempo en que países enteros hablasen aquel idioma, generaciones viviendo con esas palabras, sus recuerdos e historias, sus canciones y leyendas. Y hoy no son nada. Un pedazo del pasado en medio del mundo.

Nuestro destino es desaparecer. No seremos la primera generación que se piensa última sobre la tierra. Que llegue a cumplirse o no escapa a nuestro control.

Qué triste haber pasado el punto de no retorno y alcanzado el momento en que nada tiene sentido, en que no sabemos qué pasa ni porqué, presos de una tribulación que no sujetó a ninguna edad de los hombres hasta nosotros.

Si somos personas o dejamos de serlo, si seguimos en el mundo o ya hemos muerto. Sin entender nuestros propios idiomas ni lo que somos, ni lo que hacemos.

Que habría grandes conmociones y desastres era lo único que teníamos claro y lo único que aún apreciamos. Y yo sólo deseo que pase este momento terrible, como quieren los niños que pase la noche oscura y que llegue la mañana.

Que pase el instante espantoso y por fin cumplir nuestro destino: desaparecer. De una vez, que entre todos los hombres tuviéramos que ser nosotros los que atravesásemos esa puerta es sin duda mala suerte.

Pero aun así lo deseamos: desaparecer. Ya es hora, ya queda poco, será el momento. Entre humo y fuego y miedo, desaparecer, cumplir nuestro destino.

20.9.10

Dios nos ha abandonado


Escribo esto después de llegar a la terrible conclusión que aun muchos nunca alcanzarán, otros están por asumir y otros lo hicimos ya. Para los creyentes como yo se ha hecho inevitable rendirnos a la dolorosa pero clara evidencia: Dios nos ha abandonado.

Cada vez somos más los que rezamos: los musulmanes en sus mezquitas sinuosas, los judíos en sus literarias sinagogas y los cristianos en la serenidad de las iglesias. Fuera del templo se escuchan los disparos de los que no creen y siguen combatiendo para combatir a nadie sabe qué.
Las calles se llenan de profetas de todas las palabras, multitudes que se agolpan en los parques y las plazas escuchando en busca de un último aliento de esperanza. Ahora sabemos que honrábamos todos al mismo Dios, lo habíamos estado haciendo así desde el principio. Lo sabemos porque hemos llegado todos a la conclusión triste que acepto hoy.

¿Cuándo nos dimos cuenta? No sé en cuál de las innumerables guerras, horrores y tribulaciones, en qué punto de los inacabables fusilamientos masivos, los camiones llenos de personas, los trenes atestados de cadáveres o las multitudes recorriendo carreteras en incontables kilómetros de penas y de hambrunas.
Hoy no puedo distinguir en el cielo el rojo del sol del naranja de las bombas, y la belleza hiriente de los incendios me tapa al Dios al que esperé. Las ciudades son un lecho de esqueletos grises abarrotado de muchedumbres desamparadas.

Ojalá pudiera parecerme a los que no creen, a los que siguen armándose, portando en sus manos los fusiles y en sus bocas los cuchillos. Ellos nos acusaban del mayor de los fanatismos pero ahora son los únicos que siguen leyendo la escritura de las guerras porque nosotros, conscientes del destino al que nos abatimos, ya sólo encontramos amparo en la oración inútil.
No recuerdo ya en nombre de qué ni contra quién lucha cada cual. Hubo un día en que sabíamos que se trataba de asuntos económicos, colapsos financieros, crisis energéticas, debacles alimentarias. Nuevas ideologías políticas y nuevas estrategias militares nos llevaron a esto mientras los cimientos del mundo los roían las masas de desarrapados atizados por las calamidades.

Ahora ya da igual. La iglesia está completamente pelada, sólo le queda la roca dura y fría. Todo es gris alrededor y, como se acabó el petróleo, nos alumbramos con velas. Debemos parecernos a los primeros de entre los nuestros.
Siempre llueve y se escucha el crujido de los abrigos de plástico empapados de todos quienes van entrando en silencio y de los que ya estamos dentro. Pronto no cabremos.

¿Por qué sigo rezando? Sé que Dios se ha olvidado de nosotros, que no le interesamos, lo aprecio cuando intento percibir el color del cielo en algún resquicio entre las miles de manos que se elevan hacia él. Esas manos unidas a un cuerpo, cada uno sin su alma dentro porque todo lo que ha pasado se la ha llevado. Y si ha ocurrido es porque a Él sin duda no le importa.

Ojalá pudiera parecerme a los que no creen. La noche brilla más que el día, porque la oscuridad del firmamento hace más ardiente la luz de los bombardeos y el fuego que arrasa miles de ciudades y hectáreas interminables de hogares calcinados. Los amaneceres son lilas, verdes, amarillos fosforescentes, colores que nunca pudimos imaginar. En un mundo que no supimos imaginar. Hubiera parecido imposible.
Quizá fuimos alejándonos en el momento en que cada vez nos parecimos menos a nosotros mismos, en que dejamos de ser poco a poco personas para convertirnos en lo que somos ahora. ¿Cuántos kilómetros me separan del campo libre, de los bosques, de las aguas? ¿Cuánto tendría que andar sorteando los hectómetros de asfalto y las montañas de cadáveres para llegar a pisar tierra blanda? ¿Qué saben mis pies de lo que es recorrer las distancias caminando o sobre el lomo caliente de un caballo? Lo olvidé hasta que los coches dejaron de funcionar... ¿Qué le esperaba a la familia que vivía en lo alto del rascacielos, a cientos de metros del suelo en que nació hasta que las torres se hundieron del todo?

¿Qué somos ahora? ¿Qué somos...? Lo pienso mientras miro el horizonte y rezo, y rezo, y las manos por miles son un velo que tapiza la oscuridad del cielo y abajo la luz en la línea que recorta el horizonte y separa la tierra del Universo. Es precioso, es precioso... Quién hubiera conocido la belleza incomprensible de las bombas. Seguramente la belleza de la ira misma de Dios, del Dios que nos abandona.

Ojalá pudiera ser como los que no creen, para no tener fe... Ojalá pudiera ser así para no saber que Dios existe y no le importamos.

imagen | Luc Viatour

18.9.10

Un pato muerto

El profesor se hubiera fijado en la espléndida puesta de sol que se mostraba al otro lado del amplio ventanal, tiñendo de naranja el cielo, si no hubiera estado absorto en el estudio de todos aquellos documentos que empapelaban su mesa.

Comprobaba páginas, revisaba fotografías, tomaba buena nota de todo y de vez en cuando se frotaba bajo las gafas los ojos cansados, aburrido pero concentrado. La luz iba languideciendo alrededor y de repente, ¡bum! Algo había golpeado la ventana.

Impactado, el viejo profesor se levantó arrastrando la pesada silla y franqueó las extensas cristaleras hasta la puerta de madera que daba a los jardines. ¡No podía ser! Qué lastima... que uno de aquellos preciosos ánades reales que por allí solían acudir se hubiese golpeado contra el cristal, quizá, creyendo abierta la ventana. Pero, ¿podía ser?

Parecía que otro pato había estado persiguiendo al siniestrado. Ambos habían golpeado el vidrio, pero sólo uno había sobrevivido.

Alucinado, el profesor observó cómo el superviviente examinó durante unos minutos el cuerpo sin vida de su compañero. Intentó en cierto modo estimularlo, sin obtener - obviamente - ninguna respuesta. Después de esto comenzó, sin pensarlo un segundo, a fornicar con el cadáver de su difunto amigo.

17.9.10

Mariposas

El campo estaba pleno de luz a mediodía. A ambos lados del camino crecía la hierba altísima, frondosa, repleta de ruidos por el viento intenso, encendida de brillos por el sol caliente.

Entre los tallos y las flores surgió la mariposa volando torpe, grácilmente. Agitaba sus alas con toda la fuerza de que disponía, subía y bajaba y volvía a subir. Quería llegar al sol, al azul inmenso. Quería cruzar el camino y sumergirse en la maleza, en los néctares y pólenes, en las hebras finas y húmedas del matorral mullido, en la selva diminuta y escondida del romero y el tomillo.

Volaba y volaba, era un diminuto cristal blanco que recortaba el negro del suelo reflejando el sol. Lo lograba, lo lograba y recordaba mientras tanto, ¡cuántas noches y mañanas de arrastrarse como oruga en interminables estaciones! Cuántas briznas de hierba devorada, rebuscar de brotes tiernos entre los surcos gigantescos y enterrarse al abrigo del barro oscuro para esconderse de los pájaros.
Qué silencio y quietud y soledad inabarcable en la intimidad como crisálida, tras los años lentísimos de reptar y masticar. El viento golpeando contra el fragilísimo capullo como un recuerdo que una vez soñó, y meses, y meses...

Y luego por fin la libertad. El momento de romper el esqueleto y lentamente extender las alas diminutas, poderosas. Salir volando, nacer otra vez tras morir, pasar una segunda infancia rapidísima creciéndose y jugándose. Con sus compañeras, revoloteando, nadando en la luz lechosa de la mañana, buscando incansable a la hembra en la contrarreloj definitiva. Un tiempo tan breve para volar, después de esperar tanto...

Por fin se dobló el tallo blandamente por el peso de las dos criaturas insignificantes sobre el árbol viejo. El agitar de alas, el voltear de cuerpos en un círculo absurdo y nervioso. Y ya abdomen con abdomen, tórax con tórax, el amor huidizo, secreto, prisoso. Dos desconocidas recién nacidas entre coles, dos desconocidas haciendo el amor entre las flores. Y los vapores embriagantes de los néctares las envolvían. El humor espirituoso de las savias las bañaba.

Recordaba, ¡y volar, volar! Contra el sol, más alto, más alto. Ella seguiría buscando, agotando el tiempo, apurando el suspiro de poder ilimitado que dan las alas tras una vida interminable de arrastrarse entre líquenes y musgos. Volar, volar, el sol atravesando las alas blancas, transparentes, el sol traspasándola como si su cuerpo fuera cristal, puro papel, aire en realidad. El sol, penetrándola, llevándose una parte de ella al suelo negro y duro, repartiéndola en el viento, en el aliento mismo de la Creación... eso es volar, ¡volar!

Volar... y de repente, ¿qué fue? El huracán, un suspiro más, una bocanada de aire como unos labios que se abren para hablar y callar de repente... oscuridad, la caverna.

Volar, volar... es aire, es sólo aire... ¿era un trozo de papel? ¿O era realmente una mariposa lo que vi frente a mí? A unos metros, dejándose llevar...

No puedo creer que realmente haya podido verla... papel...

Las mariposas vuelan al atardecer, apurando el tiempo que se acaba como el sol se pone para ellas. Las mariposas blancas como brasas que se apagan en la inmensidad del firmamento, y en la lejanía se escucha el trueno de un coche oscuro que se aleja.