20.1.08

Sigue caminando

Sigue caminando. Te alejas cada vez más del punto de partida. Tanto que ya no sabrías volver. Así que olvídate de dar media vuelta. Estás en este camino, y sólo hay una dirección.

Sigue caminando. Te adentras cada vez más en las sombras. Las personas que andaban a tu lado se han ido perdiendo. Te dejaron solo entre las espinas.

Sigue caminando. Estás cada vez más olvidado. De vez en cuando te cruzas con alguien. Pero incluso ella, quien te dijo que jamás te abandonaría, vuelve la cara cuando te ve. Te sangran las rodillas. Ella no quiere ayudarte.

Sigue caminando. Estás cada vez más derrotado. Avanzas casi a rastras. Empiezas a parecerte más a un gusano. Quisieras volver a casa... pero es imposible. Los árboles que flanquean el sendero son más y más nudosos... El piso es más y más pantanoso...

Sigue caminando. Estás hasta el cuello de fango. Ya no hay suelo, sólo barro y barro. También anfibios, lagartos y gusanos. Te has perdido, retroceder es imposible. ¿Qué más puedes hacer? Sólo seguir adelante. Algún sitio encontrás.

Sigue caminando. Has llegado a una puerta. Detrás de ella sólo el vacío.

Sigue caminando. Cruzas la puerta. Se cierra.

Ya no caminas. Ya no estás.

[01.08]

El hombre y la insatisfacción

El ser humano es una criatura insatisfecha por naturaleza. De alguna forma, cada persona, día a día en su vida, va avanzando sobre la sensación de no encontrar lo que busca.

Esta impresión de insatisfacción se ve condicionada por la situación vital de cada individuo. En África, por ejemplo, la establece la necesidad de comer. En Occidente es distinto. Aquí la necesidad buscada es más bien emocional.

En este caso, el problema del hombre es existencial. Todos los demás seres vivos conocidos tienen tres funciones vitales básicas: alimentación, relación y reproducción. A diferencia de ellos, el ser humano tiene cuatro funciones básicas: alimentación, relación, reproducción y realización.
Podría explicarse diciendo que cada ser tiene en su interior campos vacíos. Estos campos, los animales pueden llenarlos con cosas que la naturaleza les ofrece: alimento, cobijo y sexo. Con ello, las demás criaturas ven cubiertas sus necesidades y por ello viven sobre la satisfacción.

El hombre, en cambio, necesita llenar estos campos con cosas que realmente la naturaleza no puede ofrecer. Por así decirlo, crea nuevas necesidades según va cubriendo las ya conocidas. El ser humano aspira al infinito, y la imposibilidad de éste le frustra. Un claro ejemplo de esta realidad es el amor. El ser humano busca en la relación sexual o sentimental una vía hacia el infinito, hacia la subsanación de estas carencias naturales. No obstante, quemadas las hormonas detonantes del instinto sexual, el hueco permanece vacío y sobreviene una fuerte frustración.

Podría decirse que, mientras los demás animales únicamente disponen del instinto de superviviencia, el ser humano tiene un instinto de vivencia. El perro, por ejemplo, se conforma con mantenerse vivo. El hombre en cambio tiene la obligación física no sólo de conservar la vida, sino de explotarla, recrearla, realizarla. Es por ello que el ser humano, a diferencia de todos los demás animales, expande la función sexual hacia un horizonte más amplio a través del amor; buscando así suplir sus carencias espirituales. Otra vía utilizada con este objetivo es la de las artes. Por supuesto, no hay que olvidar la religión, el medio creado por el hombre para intentar cumplir su máxima aspiración biológica: la inmortalidad.

Podría decirse que la función de realización del ser humano tiene su cénit en la ambición de la vida eterna. Quizá, como aventuran algunas modernas investigaciones científicas, otros animales - como los grandes simios - tengan conciencia de la propia muerte. Pero ningún animal salvo el hombre tiene conciencia de las vidas que sucederán a la suya propia. Entra aquí en acción la envidia, en este caso envidia hasta un punto metafísico; un dispositivo que activa la imperiosa necesidad de ser inmortal - con la evidente decepción final y, por supuesto -. Tal vez la naturaleza, si la explotamos, llegue a darnos la posibilidad de vivir por siempre. Pero incluso entonces inventaremos otra necesidad, o descubriremos que el deseo del infinito era un simple espejismo que ocultaba otro objetivo aún más enorme e inalcanzable.

Así, nuestra especie vive presa del deseo, esclava de necesidades biológicas imposibles de cubrir: felicidad, amor e inmortalidad. Mientras los demás animales se conforman con comer y respirar un minuto más, los humanos quieren ser felices y perdurar en el tiempo. Estos son nuestros deseos y nuestra mentalidad estalla cada año cuando la ambición choca con la pared de la naturaleza, incapaz de apagar el hambre de nuestro espíritu. Queda entonces sólo la insatisfacción, que nos resignará y acompañará hasta el día de la última derrota.