10.2.08

[2, 3, 4]

2.

Dicen que los habitantes de lugares muy ventosos tienen la mente algo desequilibrada. Quizá sea cierto. Esta noche, la persiana pega fuerte contra el cristal. Llevamos unos días de viento especialmente rabioso. Me encanta ese ruido. Es como el murmullo profundo del mar, pero se mueve sólo la masa invisible del aire. La esfera del mundo, enorme y entera, está hecha de viento. Aquí siempre hizo mucho. Forma y deshace los surcos en la tierra; igual que disuelve poco a poco mis ideas. Al fin y al cabo, nunca vi bien del todo a la gente de aquí. No quieren cuentas con nadie y barren siempre para adentro, llenando sus casas de arena. Quizá sí estemos un poco locos, después de todo.

3.


Mi casa es muy grande. Tiene dos moradas casi idénticas y entremedias un patio que las separa. La que mira al oeste, ésa es la que uso para vivir. Allí como, duermo, veo la tele y recibo a mis visitas. La que mira al este, ésa la uso para guardar los trastos inútiles que con el tiempo voy acumulando. Por lo demás, poco la piso. Tiene, nada más entrar – desde el patio –, un dormitorio. Allí a veces llevo mujeres, por estar esta alcoba más apartada del vecindario.
El resto de la morada, en ocasiones, la visito para abandonar allí una caja llena de cachivaches. Pero hay un no sé qué en ese lugar que no me gusta. Cierro la puerta del dormitorio y quiero aislar las demás habitaciones, sintiendo en ellas ruido y luces encendidas.

Después huyo a la otra morada, donde vivo, y me acuesto en mi cama. Dejo puesta la tele, pero hay un monstruo que me llama, aunque yo no quiera escucharlo, y me recuerda cosas desde la más oscura y escondida habitación de todas.

4.

Volví a verlo al cabo de un tiempo, al menos tres años. La vida le había chupado las aguas hasta dejarlo en los huesos. Me miraba desde sus ojeras profundas y me hablaba con la voz sombría de siempre - aunque más rota que nunca -.
Parecía que el tiempo no había pasado entre nosotros. Me contó sus nuevos fracasos, sus nuevas pérdidas. Me aseguró estar por fin desengañado. Recordamos nuestra estupidez adolescente. Añoramos la ilusión de las primeras noches adultas., cuando aún no veíamos el abismo al que nos dirigíamos. “Cuanto más mayor me hago, más extraño todo aquello”, decía. Estaba delgadísimo.
Yo me fui de allí dándome puñetazos, borracho. Durante un minuto (o menos, no sé) me dolió haber dejado marchar a uno de los escasos amigos ciertos. Me sentí viejo. Habían sido tres años, pero se antojaban tres vidas. Y culpable. Había permitido que el destino devorase a mi amigo y escupiese sólo su sombra.
Esa noche estaba triste; una tristeza parecida a la de siempre, pero no igual. Cuando me acosté, ya era de día. Por eso dejé la persiana entreabierta. La luz del patio pasaba por las rendijas, lechosa. Y también, a través de las rendijas, el monstruo me miraba desde el otro lado; yo dormitaba y la bestia me observaba con ojos sangrientos y una sonrisa tranquila en sus fauces.

Febrero de 2008.

2 comentarios:

  1. Buenos mini-relatos, he disfrutado leyéndolos, Javier. ¿Son autobiográficos? :)

    Yo discrepo un poco contigo en algunas cosillas: ni creo que sea malo que alguien te llame loco -igual me acostumbré, jejej- ni la noche me parece mala; es más, la extraño horrores, ahora que los deberes me obligan a madrugar. Qué feliz y desgraciada he sido por las noches... cuánta añoranza de ese ambiente.

    No creo que seas tan raro, yo te veo normal :)

    Un saludo, y gracias por visitarme.

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  2. Hola lunazul, me alegro mucho de tu visita.

    A lo mejor mis escritos son un poco autobiográficos, no los escribí con una intención muy clara.

    Puedes llegar a convencerme de que ser llamado loco no es malo, pero la noche... ahí no estoy de acuerdo. Es el momento en que estamos solos para acordarnos de todo lo que ha pasado en el día y más allá... y no suele ser agradable. Sin dejar de lado el peso mental de: "otro día más... y otro y otro".

    Un saludo.

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